EL SACRIFICIO EN LA TEOLOGIA CRISTIANA

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Teólogo P. José Comblin

 

 

1.- En la obra de Franz Hinkelammert, el concepto de sacrificio en general y el concepto bíblico de sacrificio en particular ocupan un lugar importante. Se podría incluso decir que ese concepto nunca ha estado lejos de su pensamiento.  Por otro lado, existen afinidades entre su pensamiento sobre sacrificio y el pensamiento de René Girard.  No es mi intención en estas pocas páginas discutir los conceptos de Hinkelammert, y tampoco los de Girard.  Sólo quisiera recordar las tesis principales de la teología cristiana del sacrificio.

 

El sacrificio es el acto central de casi todas las religiones.  Por supuesto, en cada religión el sacrificio recibe un significado particular.  Sin embargo, las religiones no son homogéneas y asimilan elementos de la teoría del sacrificio de otras religiones. Fue lo que sucedió en el judaísmo y en el cristianismo. Estas infiltraciones se encuentran incluso en los libros sagrados del judaísmo y del cristianismo, en la Biblia, de tal modo que dificultan la comprensión de cuál es el verdadero sentido del sacrificio, por ejemplo, en el cristianismo. Por lo tanto, hay que practicar un discernimiento, casi una selección, entre todos los temas mencionados en la Biblia.

 

El sacrificio siempre se ha prestado, y se presta hasta hoy, a varias interpretaciones, a veces contradictorias.  De la concepción del sacrificio depende la concepción de Dios, de Cristo y de la vida humana.  En ella se refleja toda la teología.

 

En sus obras, tanto Hinkelammert como Girard denuncian y condenan una concepción del sacrificio que parece haber sido muy extendida en las religiones antiguas, y que también han estado presente en la mente de muchos cristianos durante siglos.  Es la teoría del sacrificio-destrucción.  Según esa teoría, es necesario destruir una vida para lograr más vida. Sería una teoría de la fecundidad de la muerte: es necesario producir víctimas para conseguir felicidad, abundancia, victoria y paz.  El mito de Ifigenia sacrificada por su padre Agamenón, sería una figura representativa del sacrificio.  En la Biblia, el chivo expiatorio sería otro ejemplar.  El sacrificio sería la inmolación de una víctima para aplacar la ira de los dioses, espíritus, o fuerzas cósmicas, para obrar la reconciliación y recibir una vida buena.  Dar para recibir.

 

La víctima concentraría en sí misma todo el pecado.  Sería como la encarnación del pecado.  Sobre ella recaería toda la culpabilidad.  Por eso, matando o destruyendo, o expulsando la víctima que encuentra todo el mal, vuelven la paz, la felicidad y la abundancia.

 

El sacrificio sería una estructura esencial de la vida existencia humana, sería necesario para la tranquilidad pública, para la paz.  Esta estructura del sacrificio se encontraría en el fondo de la ideología política imperial y del sistema del capitalismo.  Sería igualmente el trasfondo de todas las religiones y del cristianismo.

 

En el cristianismo, el chivo sería el mismo Cristo de las cristologías cristianas: Jesús sería la víctima sacrificada para alcanzar la remisión de los pecados y la salvación eterna. Habría sido necesario que alguien se sacrificara para compensar el pecado, y Cristo se habría ofrecido o habría sido enviado por el Padre para pagar el precio y ser víctima indispensable.  Después de su muerte, su sangre derramada sería fuente de ida para todos los creyentes y toda la humanidad.  Es la doctrina de la fecundidad de la destrucción, de la sangre, de la muerte aplicada a Cristo.

 

Prolongando la cristología, la espiritualidad cristiana mostraría que el camino de la expiación, el papel de víctima que fue el de Cristo, es el modelo para todos los cristianos.  Ellos también colaboran con su salvación por medio de una vida de muerte y de destrucción de sí mismos:  se les aplicó la palabra “ mortificación  ”.

 

Basta con recordar estos temas para ver que presentan mucha semejanza con temas y doctrinas que han sido enseñadas dentro de las iglesias cristianas.  Es probable que muchos cristianos hayan entendido a Cristo en el mundo mitológico de la víctima sacrificada por el pecado.  Parece asimismo que hay personas, muchas tal vez, que se han apartado de la doctrina cristiana pensando que era ésa , y se han sentido escandalizados.

 

Pues, el mito de la víctima muere porque toma sobre sí todo el pecado, es muy fuerte.  El mismo vocabulario bíblico no está libre de semejanzas con el mito.  Y por eso necesitamos leer la Biblia buscando la novedad en relación al mito que permeaba todo el ambiente.

 

La misma satisfacción de la “ satisfacción vicaria “ de san Anselmo, la cual influyó tanto en el cristianismo occidental, protestante o católico, no está exenta de ambigüedad.  De todos modos, ella se presta a una lectura mística de las narraciones de la pasión y de la muerte de Jesús.  La teología cristiana siempre rechazó la idea de la víctima expiatoria, o sea de sacrificios humanos para compensar el efecto negativo del pecado o para obtener efectos favorables , lo que sucedía en diversas ocasiones en el Imperio Romano.  No obstante, la distancia entre las víctimas expiatorias y la teología anselmiana no es tan grande.

 

¿ Qué es un sacrificio ? Todos los autores dicen que es una ofrenda, pero las divergencias empiezan cuando algunos afirman que la destrucción es esencial al sacrificio y otros que no es esencial, sino algo accidental secundario, cuando aparece, puesto que hay muchos sacrificios sin destrucción ni muerte . . . 

 

Los que hacen problema son los autores que sostiene que la necesidad de una destrucción: se ofrece a Dios algo que se destruye.  Esos teólogos quisieron justificar teóricamente algo que probablemente no entendían, porque no sabían nada de las razones inconscientes de los actos religiosos colectivos. O bien entendieron la destrucción como castigo del pecado.  O bien como acto de reconocimiento de la soberanía total de Dios, ya que uno se deshace de un bien precioso.  O bien sería reconocer  que la vida pertenece a Dios, entregándola a Él.  En fin, inventaron razones todas absurdas.  Pues en realidad no se explica de modo racional, que para agradar a Dios haya que destruir una vida creada por Él.

 

 

Lo que pasa que esos teólogos tenían que justificar lo que aparece en la Biblia.  Si ella valora tanto los sacrificios de animales, por ejemplo, algo de sentido tendrá.  En realidad algo de sentido tiene, pero un sentido irracional, lo que antropólogos o sicólogos tratan de descubrir, y que fue totalmente superado en el Nuevo Testamento.              

 

De todos modos, todos reconocen que lo principal  no es la destrucción, sino la ofrenda, y que la destrucción, cuando existe, vale como expresión de una ofrenda.  Sin embargo, en el siglo XX la defensa de los sacrificios de destrucción fue abandonada de manera progresiva.  Hoy los teólogos defienden la tesis que la destrucción no es absolutamente indispensable para un sacrificio, y que éste realiza sin destrucción todo su sentido.    

 

Lo que ayudó, fue la evolución  de los estudios bíblicos.  Se descubrió que los textos definitivos que tenemos en nuestras manos, son el punto final de una larga evolución.  Los textos actuales son revisiones de revisiones.  No son homogéneos y constituyen muchas veces una conciliación, o una yuxtaposición de posiciones contrarias.  Hoy, los autores reconocen que hay en la Biblia textos proféticos que condenan otros textos de inspiración sacerdotal.  Leer la Biblia es hacer una opción.  Renace el antiguo principio de que hay que leer el Antiguo Testamento a la luz del nuevo.  Ahora bien, El Nuevo Testamento busca apoyo en textos del  Antiguo, pero también niega el valor de muchos otros textos del Antiguo aunque no lo diga explícitamente ( Jesús sí se opone de forma frontal a textos de la Biblia ).  Dada esta evolución de la hermenéutica bíblica, fue posible hacer una nueva lectura de los textos que trata de sacrificios.  La nueva hermenéutica significó para muchos una verdadera liberación, en vista de que ya no existía la obligación de justificar todo lo que estaba escrito en la Biblia.  Muchos eran tan esclavos del texto escrito que no se atrevían a desmentirlo , aun cuando les pareciera absurdo lo que decía.

 

Es evidente que en el Nuevo Testamento se plica a Cristo todo un vocabulario sacrificial, mucho menos en los evangelios sinópticos, si bien sistemáticamente en las cartas para culminar en la epístola llamada los Hebreos. ¿Cuál es el significado de todo ese vocabulario sacrificial ?  Por un lado, el Nuevo Testamento proclama de modo enfático la eliminación de todo el sistema religioso del Antiguo Testamento:  templo-sacerdocio-sacrificio.  Por otro lado, aplica a Cristo muchos elementos de ese vocabulario.  El magisterio de la Iglesia nunca ha dado interpretaciones oficiales.  Está claro que, hasta ahora, no se ha logrado dar una explicación suficiente de esa paradoja.  

 

Con el deseo de aportar un poco más de claridad en el problema, lo más seguro es partir de los textos más claros e interpretar los textos más confusos a la luz de los más claros.

 

2.- Hay una serie de textos que expresan nítidamente una espiritualización del sacrificio, del sacerdocio y del templo.  Estos temas religiosos son aplicados a realidades profanas y pierden su carácter sagrado.  O bien, si se quiere decirlo de otra forma: todo lo que era sagrado se hace profano o todo lo profano se hace sagrado.  Los sacrificios no se distinguen de los actos profanos, el sacerdocio no es una función al lado de las actividades humanas profanas y no hay templo, o bien porque todo es templo son los mismos cristianos.  Esta primera serie de textos es muy importante en vista de que muestra un límite.  Ningún otro texto puede suprimir o reducir o contradecir esos textos muy claros.

 

Pablo inaugura así la parte práctica de la carta a los Romanos:

Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.  Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rom. 12,1-2).

 

El culto aquí es “ espiritual ”, no es “cultual ”, “ litúrgico ”, no es una actividad sacral separada de la vida profana. Lo que hace el culto es la moción del Espíritu Santo.  Todo lo que hace el díscípulo de Cristo en el Espíritu en toda la vida corporal es culto.  El objeto de la oferta es el cuerpo vivo actuando en lo bueno, lo agradable, lo perfecto.  Cada una de estas podría ser comentada, no obstante los comentarios no cambiarían el sentido fundamental.  El culto desde ahora es la propia vida profana.  El mismo acto de ofrecer no es un acto cultual.  Podemos entender sencillamente que el actuar bajo la fuerza del espíritu es el acto de ofrecer.

 

Además, el sentido de la palabra ofrecer aparece claramente en otro texto.  Dice Pablo: 

 

Ni ofrescíais vuestros miembros como armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros como armas de justicia al servicio de Dios   ( Rom. 613; 6,19 ).

 

El sentido de la palabra ofrecer es diáfano. Ofrecer no es dar.  Ofrecer es presentarse, ponerse al servicio de la justicia de Dios.

 

Ofrecer sus miembros al pecado no es darle sus miembros, sino presentarlos para que estén al servicio del pecado.  Ofrecer a Dios no es darnos nosotros mismos a Dios, sino presentarnos a Él para hacer su servicio, estar al servicio de la justicia.  El sacrificio espiritual es estar al servicio de la justicia de Dios. Hay que suprimir la equivalencia entre ofrecer y dar.  A Dios nada se le puede dar puesto que todo lo tiene.  Además, a Dios no le interesa recibir, sino más bien dar.  Sin embargo, uno si puede ponerse a su servicio, poner su cuerpo al servicio de su justicia.  En esto consiste el culto espiritual. Ofrecerse a Dios es recibir, acoger el Espíritu Santo.

 

En Filipenses, Pablo, quien en la cárcel, alude a la posibilidad de que le condenen a muerte.  Hace este comentario:  

 

Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegraría y congratularía con vosotros ( Fil. 2,17 ).

 

Este texto es interesante porque recurre al vocabulario de los sacrificios para hablar de realidades puramente profanas.  El sacrificio queda totalmente reducido a lo profano en el Espíritu.  En efecto, el sacrificio y la ofrenda de la epístola a los Filipenses es la fe.  Esta fe es “ la fe en el evangelio ” ( Fil. 1,27 ).

 

El eventual martirio de Pablo sería algo que completaría la fe de los filipenses.  Es el mismo orden de la fe. El martirio de Pablo sería el acto supremo de la fe en el evangelio.  Por eso, Pablo  hace del martirio el combate de la fe, la continuación de su combate de evangelizador:

 

. . . Sosteniendo el mismo combate en que antes me visteis y en el que ahora sabéis que me encuentro ( Fil. 1,30 ).

 

La “ libación ” es simplemente la fe culminando en el martirio. No hay nada de cultual, nada de ofrenda, nada de don.  El combate no es un don.

 

Al final de la carta a los Filipenses, Pablo agradece los dones materiales que los filipenses le mandaron a la cárcel.  En aquel tiempo, si los familiares o los amigos no le llevaban comida a la cárcel, el prisionero se moría de hambre.  Epafrodito vino a nombre de la comunidad de Filipos a traerle a Pablo lo necesario para vivir.

 

Tengo cuanto necesito, y me sobra: nado en la abundancia después de haber recibido de  Epafrodito lo que me habéis enviado, sueve aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado ( Fil.4,18 ).

 

Aquí el sacrificio consiste en dar comida al prisionero.  Es una aplicación del principio ganeral de que el sacrificio es estar al servicio de la justicia de Dios.

 

De estos textos ya podemos inferir que la preocupación de los misioneros cristianos es cambiar la mentalidad de su público.  Las personas se hallan tan apegadas a los cultual, lo religioso, lo sacral, que siempre vuelven a pensar que lo que salva es el cumplimiento de ritos sacrificiales.  Es verdad que, hasta hoy, muchos que se creen cristianos tienen todavía esa mentalidad.  La preocupación de Pablo es convencer a su gente de que ahora toda la vida religiosa se traslada; el culto a Dios se traslada, el sacrificio, el sacerdocio, todo se traslada hacia el mundo profano, al mundo de la vida cada día, al mundo de las relaciones humanas, al mundo de los hombres y mujeres.  Pablo sabe que si abandona a sus convertidos a su espontaneidad, regresarán a una vida cultual. Por eso hay que hablar de culto, hay que mostrar que ahora el culto ha cambiado.  Hay que adorar a Dios, pero ahora la forma es diferente: dar culto a Dios es disponerse a luchar por su justicia ( el combate de la fe es el verdadero sacrificio):

 

. . .  también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo . . . vosotros sois linaje elejido, sacerdote real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios . . . (1 Pe. 2,5-10 ).

 

Este texto es famoso porque dio como una definición del Pueblo de Dios.  Lo interesante es que aquí se encuentran los tres conceptos religiosos básicos:  templo, sacerdocio y sacrificio.  Y los tres reciben una aplicación profana.  El templo son los cristianos, el sacerdocio también son ellos y los sacrificios son su vida cristiana.  La carta de Pedro se asimila a la teología de Pablo.

 

Esta doctrina de la espiritualización del culto prolonga las denuncias de los profetas de Israel en contra del culto, del templo, del sacerdocio, de los sacrificios.  Basta con recordar algunos de los más famosos textos.

 

Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más holocaustos ( Os.6,6; citado en Mt. 9,13; 12,7 ).

 

Yo detesto, desprecio vuestras fiestas, y no gusto el olor en vuestras reuniones.  Si me ofrecéis holocaustos . . . no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados ( Am. 521-22 ).

 

¿ A mí, qué, tanto sacrificio vuestro ?  Harto estoy de holocaustos de carneros y de cebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí.  ¿ Quién ha solicitado de vosotros que llenéis de bestias mis atrios ?  No sigáis trayendo oblación vana:  el humo del incienso me resulta detestable . . . ( Is. 1,11-13 ).

 

En estos textos, los profetas rechazan los sacrificios pues no son auténticos por el hecho de que no son acompañados de actos éticos.  El comportamiento real desmiente los actos de sacrificio.  No son tanto los mismos actos de sacrificio que son condenados.  Si embargo, aun así, es evidente que al dudar del valor de los sacrificios realizados efectivamente, los profetas siembran la duda sobre el valor intrínseco.  En realidad, los profetas prepararon la actitud radical de Jesús y de sus discípulos.

 

Para concluir el mensaje de los textos que nos hablan de la espiritualización del sacrificio, vamos a retener que el sacrificio es toda la vida, no es una realidad sacral separada de lo profano, es lo profano vivido en la moción del Espíritu.  El sacrificio no es dar a Dios , sino presentarse ante Él, o sea, el sacrificio consiste más bien en recibir que en dar. 

 

3.- Una segunda idea es muy clara en el Nuevo Testamento: la de la libertad de Dios.  Dios no se deja mover por nada o nadie.  Dios siempre es el que toma la iniciativa.  Dios no está sometido a ninguna necesidad.  Por eso es radicalmente falso el raciocinio de san Anselmo que afirma: 

 

Es imposible que Dios pierda su honor:  o el pecador espontáneamente restituye a Dios el honor que le  debe      (    

satisfacción  ), o Dios saca del pecador esa satisfacción ( Cur Deus Homo, 1, 14 ).

 

Puesto que Dios no puede depender de ninguna necesidad, sea ella el honor, o cualquier otro principio.  La doctrina de la satisfacción vicaria condensada en esta fórmula de san Anselmo, es aceptada por el pueblo cristiano porque no la entiende es este sentido de que el propio Dios exige la muerte de su Hijo como única satisfacción digna.  Los que los cristianos entienden es que Dios es libre y tiene que someterse a leyes más fuertes que Él, las cuales serían como leyes de un universo no dominado por Él.  Por eso también Dios sufre, no obstante aun sufriendo exige la muerte de su Hijo en vista de que tiene que someterse a esa ley de la satisfacción necesaria. No es que Él quiera, sino que no tiene manera de escaparse.  Esto es, la gente aplica a Dios el mismo raciocinio por el que acepta lo incomprensible de la vida, el mismo fatalismo.

 

Ahora bien, ningún mensaje aparece más nítidamente enunciado en el Nuevo Testamento que el de la total libertad de Dios, la cual no es limitada por nada, y el de la pura gratuidad de toda la historia de la salvación.  Dios no condiciona la reconciliación con la humanidad de modo alguno.  No pone ninguna condición de expiación  de satisfacción o de mérito o de cualquier otra cosa.  No hay necesidad de darle ninguna cosa.  Además, no tiene sentido darle algo a Dios.

 

Todo deriva de un amor divino e incondicional.  Todo es pura gracia.  Dios da, y nada se puede dar a Dios. Él es quien da, y para dar no fija ninguna condición.  Esto es lo más claro, y todo lo demás hay que interpretarlo a la luz de este principio.

 

En la teología paulina la palabra “ gracia ”, siempre con el sentido de gratuidad, interviene constantemente.  Es en realidad un leitmotiv de esta teología.  Pues, en ella, la gran diferencia entre el Antiguo Israel y el Nuevo reside justamente en la gratuidad. En el Antiguo Testamento, en cambio, ya no hay ni ley ni culto.  Todo es don gratuito de Dios.  La famosa fórmula que estuvo presente en tanta religiones, y muchos piensan que estaba también en la Biblia, el “ dou ut des ”, ya no tiene vigencia.  No hay que dar nada a Dios.  En el Nuevo Testamento, además,  jamás se usa la palabra “ dar ” para expresar que hay que dar algo a Dios.  A Dios no se puede dar nada porque todo lo tiene y porque Él se anticipó y lo dio todo antes de que pudiéramos darle algo, si por casualidad hubiese sido necesario:

  

Ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia ( Rom. 6,14 ).

 

No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si, por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano. ( Gál. 2,23 ).

 

Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros porque es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se glorie ( Ef. 2,8 ).

 

Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres ( Trr. 2,11).

 

Dada la gratuidad absoluta del don de Dios, lo único que se espera de los seres humanos es la fe.  La fe no es un don de los humanos.  La fe es pura recepción.  La fe es la acogida del don de Dios.

 

En otros documentos, aparece la misma doctrina:

 

En esto se manifestó el amor Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su hijo único para que vivamos por medio de él.  En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados ( 1 Jn. 4,9-10 ).

 

Y hemos visto su gloria, gloria que recibe del padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad . . . Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (Jn. 1,14.16 ).

 

La gratitud es una tema fundamental y todo lo demás necesita ser interpretado dentro de la doctrina de la total libertad de Dios y la total gratuidad de su amor.

 

Una vez establecidos estos dos principios, podemos entrar en el problema: ¿ qué significa todo el vocabulario sacrificial aplicado a Jesucristo ? ¿ Cómo hay que interpretar esos textos ?  La interpretación vulgar consiste en tomar ese vocabulario en el sentido inmediato, exactamente como en el Antiguo Testamento: Jesús habría sido sacrificado igual que los animales del Antiguo Testamento.  

Jesús habría adquirido perdón, la remisión de los pecados y los dones de Dios para la humanidad y Dios lo habría aceptado como reemplazante de ella. Jesús sería una víctima de valor infinito, y por consiguiente Dios la habría con agrado. Es la versión vulgar, desafortunadamente aún muy común entre los cristianos de todas las confesiones. Sin embargo, ella es evidentemente equivocada ya que entra en contradicción con los dos principios muy claros que hemos recordado.  Esta historia vulgar no es la verdadera interpretación de los textos. 

 

Vamos primero a situar mejor el problema, destacando algunas verdades seguras en lo que se refiere a Jesús.

 

En primer lugar, su muerte no fue un acto cultual, y nunca fue considerada así en la tradición cristiana:  no se cumplió en un templo, no hubo sacerdote, no hubo ritual.  La muerte de Jesús fue profana, semejante en todo a la muerte de todos los condenados.  Los evangelios permiten identificar con mucha nitidez a los que mataron a Jesús, a los que lo condenaron a muerte, y sitúan en relación a esa muerte las diversas categorías de personas que están presentes.  Nada en absoluto evoca su culto.  Nada evoca un sacrificio en el sentido común de la palabra.  Si se le aplica el nombre de sacrificio es en un sentido figurativo, metafórico, no en el sentido propio de la palabra.

 

En segundo lugar, y en conexión con la primera idea, lo que constituye el sacrificio de Jesús en su pasión y muerte, no es propiamente la sangre derramada, ni la muerte, sino la caridad de Jesús. Esa caridad consistió en aceptar la muerte, o sea, diríamos que es lo mismo del martirio: el sacrificio reside en la disposición del mártir que prefiere la muerte a la traición, o la sumisión a un poder injusto. Es la doctrina de santo Tomás de Aquino y de la tradición teológica.  En general, lo que no explica la teología tradicional es como el aceptar la muerte puede ser una acto de caridad.  Aquí tenemos el no del problema. Volveremos a este punto. 

 

En tercer lugar, Pablo destaca el famoso texto de Filipenses  2,  el himno cristológico: 

 

. . . se despojó  de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz.  Por lo cual Dios le exaltó . . . ( Fil. 2,7 ss. )

 

Este texto establece una continuidad entre toda la vida de Jesús y su muerte en la cruz. En la muerte destaca la cruz, como la forma más humillante de muerte.  Toda la vida de Jesús fue humillación. 

 

La muerte en la cruz sería el momento culminante de la humillación de Jesús. Esta palabra hay que entenderla no en un sentido subjetivo sino objetivo.  La humillación no es una situación de depresión, sino más bien la pérdida de todos los poderes.  Jesús dejó todos los poderes que podía tener por ser el salvador del mundo, o el Mesías,  Abandonó todos los poderes.  Abandonó hasta el final, ya que no resistió a los que lo mataban: ya no tenía ningún poder.  No le pidió al Padre que viniera con su poder para confundir a los adversarios.  Aquí también Jesús de entiende como mártir.  El Mártir nunca ha tenido poder y muere, no porque quiere, sino porque perdió todo poder.

 

Esto nos permite superar la idea de que Jesús  quiso morir y por eso buscó quien lo matara.  En realidad esto lo destruye como ser humano.  Jesús murió como consecuencia de toda su vida.  Quiso su vida, no quiso su muerte.  En la concepción vulgar, Jesús vino a este mundo para morir y ofrecer su muerte como sacrificio. Su vida entonces, habría sido condición necesaria para poder morir. Tal interpretación destruye la realidad humana de Jesús. Nadie viene a este mundo para morir.  Jesús murió porque lo mataron.  Claro que él fue causa de su muerte en el sentido de que enfrentó a adversarios más fuerte que él.  De igual manera se puede decir que Monseñor Oscar Romero quiso su muerte.  No quiso morir, pero actuó de tal manera que él sabía que lo iban a matar.  Es así como hay que interpretar la muerte de Jesús. 

 

En cuarto lugar, hay que prescindir de toda idea mágica en el efecto de la muerte de Jesús.  No podemos aplicar a Jesucristo la idea de que su muerte, a la manera de los sacrificios antiguos, tendría una especie de fuerza mágica: Esto es, esa muerte tendría el efecto de pagar los pecados, de traer el perdón de Dios.  Ni la muerte ni la caridad de Cristo, tiene una fuerza mágica como de algo que produce un efecto gigantesco: la salvación de toda la humanidad por medio de un acto, un gesto.  No es el acto en sí el que tiene esa fuerza.

 

El texto de Filipenses muestra que la relación entre la muerte de Jesús y su resurrección y su misión mesiánica no tiene nada de mágico. Fue una decisión de Dios:  Hacer de Cristo humillado el fundador de su nuevo pueblo.  No es que la muerte de Jesús tendría en sí una fuerza mágica que obligaría a Dios a ceder.

 

Con todos estos elementos preliminares, podemos proponer una hipótesis, un modelo, de acuerdo  con todo lo hemos visto puesto que nada de eso puede ser negado. Después de proponer esta hipótesis, podremos preguntarnos cuál es el sentido y la razón de ser del vocabulario de sacrificio aplicado a Cristo un poco en todos los libros del Nuevo Testamento, y especialmente en la epístola a los Hebreos. 

 

4.- Comencemos con una primera idea.  El sacrificio de Nuevo Testamento no significa el acceso de los seres humanos.  Dios busca un mediador para entregarles sus dones, su perdón, su reconciliación.  No para pagar un precio, sino para dar gratuitamente.  Dios busca a un hombre que será su hijo al mismo tiempo.  Es  Jesús resucitado.  El Padre lo resucita para que sea ese mediador.  Jesucristo toma el lugar de la expiación: hace lo que la expiación no hace, pues da de manera gratuita la vida que Dios da.  Con Jesucristo ya no hay expiación necesaria. Él mismo es la reconciliación, porque por él Dios se reconcilia con los seres humanos.

 

Segunda idea.-  Cristo se ofrece al Padre, se presenta en su presencia para ser ese  mediador.  Decir que él se ofrece es decir que se presenta, que acepta el ser instrumento del perdón del Padre y que en él Dios realice la reconciliación de todo el género humano.  Jesús no ofrece nada en el sentido de dar.  Recibe, pero no da, en vista de que todo lo que tiene es del Padre.  No da su muerte como si fuera un regalo agradable a Dios.  No ofrece su sangre como si fuera un regalo agradable: presenta su sangre, no como algo agradable, sino como  señal de su fe, su caridad.

 

 

 

Aparece entonces una tercera idea: ¿ a quién viene la pasión, la muerte, la cruz de Jesús ? ¿ Eran necesarias para que Jesús fuera instrumento del don de Dios ¿  ¿ Cuál es el significado de la muerte ?  Ya sabemos que no podemos darle un sentido positivo como el de la concepción vulgar de los sacrificios.

 

La muerte no tiene significado de sacrificio.  La muerte de martirio es parte de la condición humana, de alguna forma el momento culminante.  En realidad, la condición humana es así.  En general, los seres humanos no mueren mártires: aceptan el pecado, se someten, se callan.  La persona que quiere vivir en la verdad, despierta la hospitalidad universal, en primer lugar de todos los grandes, los que tiene autoridad y prestigio.  El que quiera ser fiel a la verdad, la justicia, el amor será llevado al martirio. 

 

Lo que Dios quería era un ser humano que fuera perfecto, perfectamente humano, justo, auténtico, verídico.  Ahora, bien el ser humano auténtico es ese mártir.  Dios habría podido encarnar a su Hijo  en un rey, un sabio, un hombre fuerte.  Sucede, sin embargo, que en la concepción divina esas son falsas grandezas que ocultan una complicidad con el pecado. Dios eligió lo que aparentemente hay de más débil, pero dándole la fuerza de enfrentar, de luchar.  Le dio la fe y no el poder.  Una vez que Jesús, el mártir logró terminar su carrera y mostrar su sangre que era el testimonio de fe y su fidelidad, Dios hizo de él su instrumento de gracia y perdón. 

 

A partir de este modelo, ¿ cómo podemos entender los textos sacrificiales ?  En primer lugar, Pablo usa varios registros para presentar el sentido de la muerte de Cristo. Usa palabras sacadas de diversos contextos: liberación del pecado, en el sentido de emancipación de los esclavos; compra o redención, en el sentido también del precio que se paga por la libertad del esclavo; asimismo reconciliación entre Dios y la humanidad; o bien acceso de los seres humanos a Dios.  En el mismo contexto usa igualmente palabras sacrificiales, aunque no con frecuencia.  Nada obliga a tomarlas en un sentido literal más que a las otras, sacadas de otros registros.  Todas son imágenes extraídas de varios elementos de vida, no obstante ninguna es tomada en su sentido propio.

 

En primer lugar, hay fórmulas que se usan en el lenguaje sacrificial pero con un sentido muy general.  Así es, por ejemplo, la fórmula ” por ” en “ murió por nosotros “, y otras fórmula equivalentes.  Esta fórmula es sacrificial, sin embargo es tan indeterminada que puede ser interpretada en varios sentidos: significa que existe una conexión entre la muerte de Jesús y nosotros, si bien no determina qué tipo de conexión.  Ni siquiera evoca directamente un sacrificio.  Se dirá que un soldado muerto en la guerra murió por la patria sin que eso signifique un acto sacrificial, un acto religioso y ritual.

 

Un sentido puede ser el siguiente: Jesús es instrumento de Dios, Jesús murió y su muerte tiene significado para nuestra salvación, Dios tiene un plan de salvación de la humanidad y dentro de ese plan interviene la muerte de Jesús.  La fórmula no dice más que eso. De allí no resulta una interpretación sacrificial.  También se dirá que monseñor Oscar Romero murió por su pueblo, pues su muerte está relacionada con los esfuerzos que hizo para salvar a su pueblo de la muerte.  Pero con eso no se quiere decir que murió como sacrificio de expiación para conseguir de Dios el perdón de los pecados del pueblo.

 

Hay algunos textos que de modo más claro pertenecen al lenguaje sacrificial, aunque tampoco hay que tomarlos literalmente.  El principal de ellos es Rom. 3. 23-26.

 

 . . .  son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados . . . ( Rom 3, 24-25 ).

 

La insistencia está en el don que es la justicia; porque la justicia de Dios es el don gratuito.  Este don se alcanza por la mediación de Jesucristo que es establecido como mediador, y su sangre interviene en ese don.  Se podría comparar con la antigua propiciación, la que pedía el perdón de los pecados.  No obstante es una pura comparación, una figura, al lado de otras figuras.  No se quiere afirmar que la sangre de Jesús es una renovación del sacrificio de propiciación del templo de Jerusalén, sólo que en otro lugar.  

 

¿ Cómo hay que entender una frase tan confusa en la que el uso de las preposiciones es tan indeterminado ? Lo que está claro que el don de Dios es gratuito y que Jesús tiene un papel en ese don, incluso por su muerte y su sangre derramada.  El texto contiene dos comparaciones: la redención y la propiciación.  La primera alude a la compra de los esclavos y la segunda a un gesto ritual en los sacrificios del Antiguo Testamento.  La primera no puede ser tomada al pie de la letra, es una comparación; entonces, tampoco hay motivo para tomar la segunda al pie de la letra.  El sentido puede ser perfectamente el siguiente:  Dios salvó del pecado de forma gratuita; realizó esta obra por mediación de Jesucristo, que es quien comunica el perdón de Dios.  En esta mediación de Jesús está su sangre y su muerte.  No se puede deducir con plena seguridad algo más que eso.  Nada impone una aplicación en un sentido propio del concepto de propiciación como en el Antiguo Testamento.  Lo mismo vale decir de los otros textos en los que se hace referencia a los sacrificios del Antiguo Testamento ( 1. Cor. 5,7; Ef. 5,2 ).

 

Por lo tanto, dado todo lo que hemos dicho, podemos entender el sacrificio de Cristo en el siguiente sentido.  En los antiguos sacrificios el problema era el acceso a Dios, un acercamiento a él, para ver si aceptaba el sacrificio y como retribución concedía el perdón o el favor.  En el nuevo Testamento, es al revés: Dios toma la iniciativa de ir al encuentro de los seres humanos, Dios les pide el acceso y les concede, les ofrece el perdón y todos los dones.

 

Pero lo hace mediante un instrumento que es un ser humano, para que la humanidad tenga también su papel y no sea puramente receptiva o pasivamente receptiva.  Elige a un mediador que va a comunicar su don.  Se necesita sin embargo una persona en la que todos los seres humanos puedan reconocer  su verdad, alguien que sea el ser humano en su verdad.  De este modo la humanidad recibirá su vida por una persona que es realmente la realidad, la encarnación fiel de lo que es ser humano en la condición real, que sea realmente uno de nosotros.

 

 

 

 

 

Ahora bien, en el mundo actual el ser humano auténtico no es el Presidente del Fondo Monetario Internacional, no es el magnate, no es el filósofo, no es el campeón, es el mártir: el que lucha contra el pecado sin las armas del pecado y por eso es víctima: lo matan, derraman su sangre para mostrar que quieren quitarle la vida.  Los demás son falsas y engañosas realizaciones de la humanidad. 

 

Jesús aceptó, se prestó para ese  oficio de vivir lo más humano de la humanidad y ser así una señal levantada en aquel que los seres humanos podrían reconocerse e identificarse con él.  Jesús aceptó la misión de salvador que incluía su muerte. Se le aplica el texto famoso del Salmo 40:

 

Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.  Entonces dije: ¡ He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios, tu voluntad ! ( Hs. 10,5-7 ).

 

Este texto no hay que entenderlo en el sentido que a Dios no le agradaron los sacrificios de Jerusalén y que quería otro sacrificio. La idea es que no quiere sacrificio ninguno e inventó otra manera de comunicarse con la humanidad.

 

El sacrificio de Cristo fue el presentarse para ser mediador del don de Dios.  Empezó en el momento de la encarnación, pero alcanzó su punto culminante en la pasión y en la cruz.  En este sentido, el sacrificio de Jesús es de la misma categoría de los sacrificios de los cristianos.  Ellos también ofrecen sacrificios, aunque sus sacrificios reciban su fuerza del sacrificio de Cristo que los confiere los dones de la fe, esperanza y caridad que les permiten vivir como viven.  Hay analogía con los sacrificios de la Antigua Ley porque hay muerte y sangre, no obstante su significado es diferente.  El sacrificio de Jesús es su  misma vida vivida en su plenitud y autenticidad, en vista de que aquella es el instrumento elegido por Dios para salvar a la humanidad: la pasión y la muerte revelan el sentido de su vida eterna.

 

Esta interpretación se puede confirmar por la teología del sacerdocio de Cristo en la epístola a los Hebreos.  No hay espacio para estudiarla aquí, por eso tomo sencillamente las conclusiones del mejor especialista en esa epístola, Alberto Vanhoye.  Aquí también existe una versión.  Jesús es sacerdote no porque da algo a Dios, sino porque es mediador del don de Dios.  El ejercicio de su sacerdocio fue diferente del de los demás sacerdotes.  Él se ofreció a sí mismo ( Hb.7,27 ).   Se ofreció no para darle algo a Dios, sino para realizar su voluntad que era dar el perdón y la vida a los seres humanos: se ofreció como alguien que se ofrece para realizar una tarea.

 

¿ En qué forma lo hizo Cristo ? Como los antiguos sacerdotes, se hizo semejante a los seres humanos, solidario con ellos, adoptando toda la condición humana.  Participó de la condición humana, principalmente en la pasión y la cruz.  Lo que ofreció a Dios fue esa vida que vivió, no para que Dios perdonara, sino porque Dios había perdonado y quería alguien para comunicar su perdón, haciendo de él la cabeza de una nueva humanidad:

 

 

 

 

. . . habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderosos clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte,  fue escuchado por su actitud reverente y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que obedecen (Hb. 5,7-9 ).

 

Lo que Jesús ofrece son los gritos de toda la humanidad en el momento que participa de su destino, la súplica para salvar la vida.  Experimentó la obediencia que es la humillación, el perder poder y tener que hacer voluntad de otros.  Es causa de salvación.  Eso no son los sacerdotes conocidos en las religiones: ellos no son causa de salvación.  Jesús sin embargo es causa de salvación.  Su participación  fue presentarse a Dios a nombre de toda la humanidad, como hombre verdadero, débil, aunque firme en la fe hasta el martirio.

 

Para concluir diremos que el texto más representativo del mensaje cristiano sobre el sacrificio es el himno de Fil. 2,5-11.  Dios se hizo débil, sin poder, para a partir de la debilidad humana dar el don de la vida y vida eterna a la humanidad.  Esta debilidad permite la comparación con las víctimas de los sacrificios, pero no es nada más que una comparación.  Los autores del Nuevo Testamento recurren al lenguaje sacrificial porque es el que sus lectores entienden, no obstante su esfuerzo consiste justamente en ayudarlos a liberarse de la prisión del esquema sacrificial para ver que Dios a elegido otro camino en Jesucristo.

 

 

* ( N.T.) Transcriptor: Enrique A. Orellana F.