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El SUJETO CRISTIANO

Los Cristianos que Permanecen en la Memoria del Pueblo Cristiano

                                               

Teólogo José Comblin                                            


  Buscando reconocer al sujeto cristiano, vamos a partir de hechos preguntándonos cuáles son los cristianos que permanecen en la memoria del pueblo cristiano y representan a sus ojos al cristiano ideal, como la presencia de Jesucristo en algún lugar del mundo. Pues bien, algunos nombres permanecen vivos en la memoria. Entre ellos hay pocos papas, pocos obispos —fuera de algunas épocas muy limitadas—, pocos sacerdotes. Más que sus palabras, lo que queda de ellos son sus ejemplos de vida.


1.  Los sujetos cristianos


  En primer lugar indiscutiblemente están los mártires, en particular los mártires de los primeros tiempos. Ahora bien, ¿qué fueron estos mártires? A los ojos del pueblo cristiano fueron los protagonistas del combate de Jesús contra la idolatría del Imperio Romano. El Imperio es el gran ídolo que mata, oprime, domina, es la encarnación del mal. El Imperio quiere intimidar, quiere que todos se inclinen ante su poder. Los mártires representan la resistencia del pueblo de Dios: ellos no se inclinan, protestan y enfrentan la muerte. En el momento de la muerte no aparecen como vencidos sino como vencedores. Proclaman que son los vencedores y que Cristo será capaz de destruir ese Imperio. Consideran su muerte como un testimonio que es un arma poderosa, el arma que va a derribar el Imperio. Ellos no quieren matar y no van a vencer matando, van a vencer porque van a convencer al mundo de que tenían la razón. Ellos son los portadores de la vida y creen que la vida va a vencer por su fuerza y no por la imposición violenta.

 

  Después de los mártires vienen los confesores, que son los testigos. Éstos ya actúan en un Imperio que se dice cristiano, pero que no lo es en realidad. Son confesores de la fe puesto que enfrentan el nuevo poder, se posicionan en contra de él para defender el verdadero evangelio. Atanasio desafía a los emperadores cristianos, Juan Crisóstomo desafía toda la corte de Constantinopla y muere exiliado, Ambrosio condena al emperador cristiano Teodosio, Agustín proclama con alegría el fin del Imperio Romano, que fue “grande latrocinium”. Son los obispos luchadores que, aunque físicamente vencidos, proclaman la victoria de Cristo aun contra los que pretenden defenderlo.


  Incluso los monjes del desierto entienden su vida como una lucha permanente contra el enemigo del género humano. Creen que en la soledad del desierto van a ejercer un combate diario contra Satanás y todo el imperio del mal. 

 

Creen que el imperio de Satanás quiere vencerlos en sí mismos, y por eso luchan en la mente y el corazón para afirmar el reino de Dios. Su vida es un combate interior, ya que creen que la raíz del dominio del mal en el mundo está en el corazón humano que hay que salvar y defender. No vencen matando, mas vencen matando al enemigo que está en ellos mismos, puesto que la lucha comienza allá.


  Entre los escombros del Imperio Romano permanecieron en la memoria los monjes y obispos fundadores, los que construyeron un mundo nuevo salido del caos, supieron movilizar la fuerza de pueblos destrozados, desde Wilibardo y Bonifacio, hasta Bernardo. Fueron los que salvaron la vida del pueblo en medio de la violencia destructiva. Del caos hicieron un mundo, imagen del mundo creado por Dios.


  Vino la cristiandad: no permanecen en la memoria cristiana ni Inocencio III ni Bonifacio VIII, menos todavía los papas de Aviñón y sus anti-papas. 

La memoria de la cristiandad es Francisco de Asís, Domingo de Guzmán. A los ojos de decenas de generaciones, Francisco de Asís fue el cristiano por excelencia, el discípulo auténtico de Jesucristo. Ahora bien, lo que quería Francisco de Asís era reformar la cristiandad, rehacer el seguimiento de Jesucristo en medio de una sociedad que lo traicionaba porque el poder y la riqueza del clero impedían la transparencia del evangelio. 

Su combate fue contra esa imagen de Iglesia que tenía ante los ojos, con la jerarquía y todas las órdenes y monasterios ricos. Lo hizo con un inmenso sentimiento de humildad personal, empezando por el ejemplo de desprendimiento personal. Quiso mostrar al verdadero Jesucristo para convertir la corrupción de la Iglesia. Lo hizo con la convicción de que estaba realizando la obra de Dios. Sintió su debilidad que escogió voluntariamente a ejemplo de Jesús. No tenía ningún poder, no era sacerdote y no quiso serlo, no era doctor y no quiso serlo. Sin duda, Francisco no era el santo que más tarde fue reinventado y deformado por la orden franciscana y la Iglesia, que lo cooptó y trató de ponerlo a su servicio. Sin embargo, en la memoria del pueblo subsiste la gran oposición entre el Poverello y la Iglesia jerárquica y poderosa. Fue durante siglos la gran referencia cuando la Iglesia oficial no era referencia del evangelio, sino del poder social de la sociedad que se decía cristiana. Los hijos de Francisco y de Domingo renovaron sus mensajes, hasta Savonarola, destruido físicamente por Alejandro VI, pero vencedor moral pues permanece en la historia como mártir y Alejandro VI como escándalo. 


  Sujetos cristianos fueron los fundadores de la Reforma del siglo XVI, fielmente venerados en las iglesias disidentes. Los reformadores fueron satanizados por la Iglesia Católica, no obstante aun en ella han sido hoy día rehabilitados, por lo menos en parte.


  En aquella época se inicia la conquista del mundo. Los que sobreviven en la memoria de los pueblos son los defensores de los indígenas. Después de esa primera generación, o sea después del concilio de Trento, ya no aparece nadie. Una vez que la Iglesia se refugió en las devociones, los santos se transformaron en figuras sublimadas, deshumanizadas, sin consistencia real, entes de humo y no de carne y hueso. 

La devoción apartó a la masa católica de este mundo, mientras el clero trataba de dominarlo en vano al servicio de la permanencia de su poder. No hubo más sujetos, sino puros administradores de una sociedad sin vida, paralizada, refugiada en las devociones. Este cristianismo fue impuesto por Roma durante cuatrocientos años entre Trento y el Vaticano II: una Iglesia sin sujetos. Mejor dicho, hubo sujetos pero situados en la marginalidad, rechazados o condenados por el sistema oficial, fieles al evangelio y condenados o, por lo menos, sospechosos y sin influjo en ella. Con un clero que administra el sistema y somete a los laicos a las clases dominantes de la sociedad, no había posibilidad de actuar. Fueron los siglos del triunfo exterior de la Iglesia, aunque de profunda miseria interior. Las antiguas iglesias barrocas son testigos de esa religión triunfal en lo exterior y vacías en lo interior [1]. 


  A partir del siglo XVI la Iglesia Católica se concentra en la defensa en contra del protestantismo, del liberalismo, del socialismo y otras herejías modernas. No es creativa, defiende una figura histórica del cristianismo en un mundo diferente. Sujetos son los que anuncian una nueva visión, los precursores del Vaticano II, sobre todo algunos en el siglo XIX y más en el siglo XX. Fueron los pocos que se lanzaron a las luchas obreras, a las luchas en contra de la esclavitud (casi nadie). Con el Vaticano II algo nuevo empieza: reaparecen hombres y mujeres en la vida cristiana. Son los que luchan en favor de la dignidad humana, la paz del mundo y una vida comunitaria, en contra del sistema capitalista globalizado. Luchan con muchos otros que no se creen cristianos porque identifican el cristianismo con los fantasmas que les enseñaron.


  En este momento la situación no está clara. Todavía la jerarquía mantiene predominantemente una renovación del cristianismo barroco devocional en el que no hay ni hombres ni mujeres, sino fantasmas de hombres y mujeres que no actúan en el mundo y viven en un mundo de puros símbolos. 

 

Dándose héroes que son también puros fantasmas como el Sagrado Corazón de la devoción oficial o las diversas apariciones de la Virgen, todas fantasmas en vista de que no representan en nada ni al Jesús ni a la María del evangelio. Necesitamos otra cosa.


  En América Latina y el Caribe, entre 1960 y 1985, hemos conocido una generación de cristianos sujetos activos, desde el grupo de obispos de Medellín y los sacerdotes, religiosos y religiosas comprometidos en la misma causa, hasta los miles de laicos, delegados de la palabra, dirigentes de comunidades, militantes comprometidos que pagaron con la sangre y o con tremendas humillaciones el combate en nombre del evangelio.


  Hoy día sabemos que la institución está dividida y no sabemos aún si ella va a convertirse o a obligar a los cristianos activos a vivir en una semi-clandestinidad, como sucedió con tantos de sus antecesores en los siglos del triunfalismo vacío.

 

 

2. ¿Qué es lo que hace a un cristiano sujeto activo?


  En primer lugar el cristiano no es cristiano sino que se hace cristiano, se convierte todos los días. El cristianismo no es un estado, sino un devenir, una marcha, una conquista de todos los días sobre las fuerzas de la nada.


  Lucha para ser imagen de Dios, es decir, que como Dios, da vida: hace existir vida fuera de sí. Dios abre espacio para crear libertad, seres libres que van a crear ellos mismos su libertad. Así el sujeto cristiano: abre espacio para que otros puedan vivir más y más, puedan ser también creadores de sí mismos por el mismo don de sí mismos. Vivir es dar vida.


  Esta vida nace ya sea contra el caos, la nada, la muerte pasiva, la inercia de la materia y de los seres vivos que no viven como debían, ya sea contra los adversarios que infligen la muerte, los autores de muerte, los destructores porque quieren vivir solos, ellos mismos, y no quieren que haya vida que pueda rivalizar con ellos: le tienen miedo a los seres vivos, y por eso los reprimen o los destruyen.


  Por eso la vida es acción, creación, producción, pero siempre en un combate ya que dar vida es una lucha en contra de las fuerzas adversas. Es una lucha permanente puesto que siempre se deshace la obra construida y hay que rehacer, recomenzar poco a poco. La característica del cristianismo es que la vida es lucha permanente, sin descanso. No hay momento de descanso. El cristiano muere luchando.


  Esta lucha es obra colectiva: toda la humanidad está implicada en ella. No es una lucha aislada. Cada cristiano se siente miembro activo y personal dentro de un combate que envuelve toda la humanidad. No es como un ejército en el que todos luchan como uno contra otro uno. La lucha es múltiple y diversa, aunque una en su movimiento profundo. Cada lucha personal es única, personalizada, no obstante vale pues está integrada dentro de un inmenso combate. Nadie lucha aislado para fines puramente personales, sino para salvar a toda la humanidad. Cada cual tiene por meta la humanidad entera, aun cuando sepa que es apenas un grano de polvo, sin embargo cada cual con su fuerza, por pequeña que sea, porque dentro del conjunto es fuerte. Aquí interviene la dialéctica de Pablo: Dios ha escogido lo que es más débil, lo que no tiene poder, para derribar lo que tiene fuerza. Los evangelios anuncian lo mismo, por ejemplo Lucas.


  El cristiano sujeto sabe que él mismo no es impecable, que no es fuerte, que puede caer y que el enemigo lo amenaza dentro de sí mismo. Sabe que las victorias y las derrotas se juegan en el corazón de las personas. 

 

Ellas son vencidas cuando se declaran vencidas y son finalmente vencedoras si continúan luchando hasta la victoria en medio de todas las derrotas. Por eso el sujeto debe permanecer fiel, perseverante a pesar de todas las señales aparentemente contrarias, luchar a pesar de que es como un David contra Goliat. Tiene que luchar contra el miedo, el desánimo, el cansancio, la oscuridad: el enemigo está allí esperando la menor señal de debilidad.

  El sujeto sabe que en el combate pasará por la cruz. Será derrotado físicamente, aunque no en el corazón; será destruido corporalmente, pasará por toda una serie de pruebas pero sabe que quien resiste hasta el final, aun cuando lo maten, resucita y vive con Cristo, siguiendo el mismo camino rumbo al nuevo mundo. Por eso lucha como vencedor, al igual que los mártires que se sentían vencedores en la misma muerte porque sabían que su fe estaba venciendo al enemigo, que su testimonio por la vida iba a ser más fuerte que las fuerzas de muerte que los mataban.


3. La lucha por la libertad


  El combate tiene por finalidad que todos conquisten la libertad, empezando por quienes destruyen la libertad. No es destruir ni reprimir ni suprimir la libertad del adversario, sino conseguir que en vez de esclavo se haga libre, que gane su verdadera libertad. Pues la verdadera libertad consiste en estar libre frente al otro al que da la libertad: no tenerle miedo al otro, no tenerle envidia, no tener la voluntad de ponerlo al servicio de mi poder. Ser libre es peligroso, ya que es ofrecerse al otro con confianza y con el proyecto de que él también se haga libre.


  La lucha no recurre a la violencia, a la imposición, ni siquiera por fuerzas morales o culturales. Así lo mostraron los sujetos que hemos visto en la memoria del pueblo. Es verdad que algunos que permanecieron en la memoria recurrieron a las armas, como Juana de Arco en Francia. Hay reyes que están en la memoria, como san Luis rey de Francia, sin embargo no es por las cruzadas sino por la justicia con que gobernaba, por la atención a los pobres como terciario de san Francisco, puesto que fue un rey franciscano. El recurso a las armas puede haber sido un elemento inevitable; de todos modos, no es tanto por eso que permanece en la memoria cristiana.


  Por eso esa lucha es lenta, parece ineficiente y las armas pueden parecer más eficientes. No obstante, la historia muestra la precariedad de las revoluciones impuestas por las armas y mantenidas por un sistema de dominación o imposición, hasta el momento en que no hayan sido reconocidas por los ciudadanos. Esto requiere de un lento trabajo de convencimiento.


  En este momento el objeto de la lucha está muy claro. Es todo el sistema llamado globalizado, pero que es el Imperio estadounidense impuesto a todas las naciones. La dinámica de la lucha contra el Imperio puede llevar a una oposición por las armas. Sin embargo ésta no llevará de hecho a la libertad. Ésta será finalmente concedida cuando el dominador tenga conciencia de que ha perdido toda legitimidad. Porque el combate por la vida no pasa por la destrucción de una parte, sino por la salvación de todos. Pues no se trata de destruir al enemigo sino de llevarlo a la libertad. Aunque esto sea muy difícil.


  ¿Cuál es la relación con la Iglesia Católica? La cuestión de la libertad es la piedra de tropiezo. Dentro del sistema católico, después de Trento no hay espacio para la libertad. La Iglesia no solo no ha participado de las luchas por la libertad entre el siglo XVI y el siglo XX, sino que se opuso a ellas casi siempre. La libertad parecía ser su enemigo principal. 

Es que la Iglesia había hecho suya la ideología de la cristiandad. Ella se sentía obligada a mantener el orden del Imperio. En la ideología romana esto no se imaginaba sin la garantía del ejército. 

 

Hasta el Vaticano II, todo discurso de libertad era considerado subversivo y anticristiano. Aprender el lenguaje, y sobre todo la práctica, de la libertad es una tarea extraordinariamente difícil. Los reflejos inmediatos del inconsciente católico son la imposición, el recurso a la ley y al castigo, la obediencia como virtud suprema y última instancia. Si bien la teología medieval clásica defendía que la última instancia es la conciencia individual y la libertad de la persona humana, en la práctica se hace al revés.


  Hubo siempre cristianos defensores, promotores, autores de libertad. Pero lo hicieron en ruptura con las directivas oficiales de su Iglesia. Si el sujeto autentico es creador de libertad, tenemos que confesar que ésta no fue la enseñanza habitual de la Iglesia católica, por lo menos desde Trento y en buena parte ya desde el siglo XIV.


4. Acción en la historia


  La acción humana y su libertad no son ilimitadas. Al contrario, encuentran muchas limitaciones. En primer lugar están las limitaciones del ser corporal, del espacio y el tiempo. Todo requiere tiempo y todo ocupa un espacio. Si el espacio ya está ocupado por otra realidad, si el tiempo corre despacio, no se permite hacer lo que se quiere. No se puede vencer el límite del espacio y el del tiempo. No se puede hacer en un año lo que necesita un siglo y no se puede actuar en un espacio sino en los límites que aceptan. Y hay límites del cuerpo: sus fuerzas son limitadas por la edad, la salud, la resistencia del mundo material y de los demás seres vivos, la resistencia de los demás seres humanos. Nadie hace sencillamente lo que quiere.


  Se puede decir que nunca se hace exactamente lo que se quiere en el momento que se quiere. Toda iniciativa halla resistencias y debe contar con ellas para lograr un cierto efecto que nunca será el efecto deseado. 


  Además, existen las limitaciones de la sociedad: una persona es una entre millones y todas interfieren constantemente. Una persona puede tratar de mover a otras personas, pocas o muchas, en el sentido que desea, no obstante nunca conseguirá que ellas hagan lo que pensaba. Están asimismo las limitaciones de la cultura: muchas acciones ya son predeterminadas por la cultura y dejan poco espacio para la invención. En fin, hay que tomar en cuenta la historia: cada persona está inserta en diversos procesos que caminan antes de ella y la llevan adonde ella no quiere. Puede tratar de influir en ella, de inclinarla hacia otro rumbo, pero siempre dentro de límites estrechos en vista de que la historia no cambia con facilidad. En el mundo humano existen terribles determinismos a los que uno no puede escapar.


   

 

              Ahora bien, sería ilusorio poder actuar fuera de la historia. Aun la acción supuestamente espiritual, al margen de la vida del mundo, la vida refugiada en la pura conciencia o la vida refugiada en ghettos separados del mundo, no escapan a ella: todo es condicionado. Los que con ingenuidad piensan que no sufren el impacto de la historia, son los más ingenuos y los que con seguridad dependen de esa historia en una forma de la que no son conscientes.


  Cuando uno realiza un acto, está aportando un elemento nuevo a la historia, está tratando de cambiarla en algo. Hay muchas personas que sencillamente se dejan llevar por las corrientes más fuertes y no tratan de cambiar nada. Hay otras que quieren cambiar, unas para dominar, otras para liberar. La historia se encuentra agitada por estos dos movimientos.


  Hay permanentemente fuerzas que quieren dominar, ponerlo todo al servicio de su propia promoción. El sujeto cristiano, en cambio, quiere cambiar para liberar. Es una fuerza de construcción que permite al otro el existir con libertad propia. 

 

La libertad quiere crear libertad. La dominación, por el contrario, quiere suprimir la libertad y tratar a los otros como objetos de sus propios proyectos. No es un verdadero sujeto, sino una fuerza perversa.


  La lucha por la liberación y la vida no solamente encuentra los límites de la historia como historia, sino asimismo las limitaciones del combate contra las fuerzas de destrucción. Aun así confía en el poder de Dios creador de la libertad y en el propio poder, que es la manifestación del poder de Dios.


  La historia muestra a la vez las posibilidades y los límites de un sujeto humano restaurado en Cristo.


5. Acción del sujeto y las instituciones


  Los hombres y las mujeres están incorporados en instituciones casi siempre y casi para toda su actividad. La más universal y la más fuerte es la familia (con extensión al clan y la tribu). El individuo sin familia tiene mucha más dificultad para adquirir autoridad en la sociedad y, entre los pobres, incluso para sobrevivir. Hombres y mujeres en tiempos pasados actuaban como familias. En la época reciente cada miembro tiende a ejercer igualmente una acción individual, no obstante todavía subsisten elementos muy fuertes de la familia, si bien en decadencia.


  Al lado de la familia han nacido otras instituciones: económicas (empresas), políticas (naciones, provincias, municipios), culturales de todo tipo. La mayor parte de la actividad humana se desarrolla dentro de instituciones.


  ¿Cuál es el sujeto humano más importante? ¿El individuo o la institución? 

 

Para muchas personas lo individual casi no existe y toda la vida es dirigida por las instituciones, las cuales pueden ser formales o informales como las instituciones antiguas regidas por la costumbre. Hay fundamentalistas que glorifican la institución y no reconocen otra forma de acción válida que no sea la integración en una institución. Hay otros más liberales que tratan de dar más espacio a la persona individual.


  En la institución la persona tiene el sentimiento de ser mucho más eficaz, porque es más organizada, más racionalizada y cuenta con la fuerza acumulada de muchas personas actuando con la misma meta. La institución vende la fama de eficiencia y confiere el sentimiento de actuar con más fuerza y con más libertad en vista de que ella protege de las presiones desde afuera. Sin embargo la institución agarra, obliga, condiciona la acción y puede crear una dependencia tal que el individuo pierde iniciativa y personalidad. Nunca más hace lo que quiere, lo que entiende, lo que siente como bueno, sino lo que la institución manda. Se siente como una máquina dentro de la institución. Como en la economía o la política actual, donde una persona puede que no tenga idea de lo que está haciendo, ya que ignora o desconoce todo el sistema en el que se halla prisionera. Pero los que prefieren la seguridad a la libertad están satisfechos.


  Actuar fuera de las instituciones no es fácil. Una persona aislada es como si no existiera. Por falta de comunicación con otras personas su vida no es testimonio porque no llega a ser conocida. Los mismos profetas son oídos debido a que están de alguna manera en la institución, aun cuando no se solidaricen con todo lo que ella hace. El secreto consiste en saber discernir entre lo que vale y no vale en la institución, buscar una red de comunicación y mantener su libertad de crítica y acción. El margen de libertad en las instituciones puede variar. Hay instituciones más democráticas en la que las opiniones de los miembros valen más y otras en las que nada valen, como ocurre en casi todas las empresas grandes hoy en día. 


  La religión también se vive en instituciones, pese a que muchos puedan tener conexiones muy flexibles con las instituciones. Sin embargo el lenguaje, los mitos, los ritos, las normas éticas provienen de la institución por más que no sean obedecidas. Algunos se apartan lo más posible de la institución por miedo a perder la autonomía. Otros se identifican más con ella por miedo a perder toda identidad y toda personalidad religiosa.


  La Iglesia Católica constituyó después de Trento una institución siempre más poderosa y centralizada, con el proyecto de hacer de los católicos una masa disciplinada, obediente y fiel. Después de la Revolución Francesa, una vez expulsada de la sociedad civil, la Iglesia aumentó mucho más todavía su disciplina haciendo de los católicos soldados militantes en defensa de la institución Iglesia Católica. Las iglesias locales perdieron lo que les quedaba de autonomía y de personalidad. Los religiosos se transformaron en un ejército monolítico conducido por las normas rígidas de la Compañía de Jesús.


 

 

 

              La Iglesia romana se tornó el magisterio mismo, concentró los nombramientos episcopales, impuso una doctrina social uniforme, limitó todas las iniciativas y desarrolló un sistema devocional inspirado en los jesuitas que envolvía toda la vida religiosa popular dentro de un sistema muy rígido controlado de manera rigurosa por el clero. En la Edad Media algunos teólogos, como Egidio de Roma, llegaron a afirmar que de alguna manera el Papa era la Iglesia pues todo lo necesario en la Iglesia estaba en él. En aquella época era un sueño irrealizable. Pero en el siglo XIX, y sobre todo en el siglo XX, bajo los papas Pio’s el sueño casi se ha realizado por completo. El magisterio se halla concentrado en la voz del Papa y su administración y nada escapa a su atención. En los más apartados rincones la Inquisición está presente activamente. El Papa nombra a todos los obispos y no les deja ninguna iniciativa; los trasformó en agentes locales de su poder papal. Ellos son los delegados del Papa. Nacieron conferencias episcopales, no obstante han sido combatidas con éxito por la curia romana y han perdido todo poder de iniciativa.


  La vida religiosa se encuentra encuadrada en los institutos religiosos: ninguna voz profética podrá ser oída que no sea una pura repetición de lo que dice el Papa. Al clero le está prohibido hacer política puesto que el Papa define la política para toda la Iglesia. La curia estableció alianza con la democracia cristiana y ahora con la globalización y el capitalismo internacional, si bien manteniendo algunas fórmulas tímidas de crítica para satisfacer a una opinión que podría negarse a aceptar la conducta vaticana. Hemos llegado a esto: la Iglesia es el Papa. De hecho, si alguien pregunta: ¿Qué dice la Iglesia?, él se refiere al Papa. Lo que dice la Iglesia es lo que dice el Papa. La opinión mundial no se equivoca. Hay una sola voz. En la Iglesia Católica, la Iglesia es el Papa. Ella tiene una sola voz, un solo proyecto, un solo sujeto.

 

  ¿Qué podemos opinar de ese sistema? En realidad existe un único sujeto. Aun así ese único sujeto no dispone de mucha libertad por la razón de que está en las manos de su administración y ésta actúa siempre para favorecer el crecimiento de su poder, y no tiene idea de lo que puede ser el cristianismo en la vida real. Lo trasformó en un sistema de creencias, dogmas, prácticas, normas morales, en fin, lo contrario de lo que sería el cristianismo cristiano.


  En este momento uno puede preguntarse: ¿cómo ser cristiano dentro de tal sistema? De hecho no es fácil. Ser cristiano es repetir lo que dice el Papa. ¿Sería así? En el sistema desaparecen los sujetos personales. ¿Se puede prever un cambio? ¿El fin de la Iglesia es el crecimiento de su poder? No obstante este crecimiento es bastante limitado, ya que el sistema difícilmente puede convencer a otras personas que no han nacido dentro de él. Estamos llegando a un punto en el que la evangelización ya se vuelve imposible. En la práctica, lo que se hace es tratar de conservar el pasado formando un mundo aislado fuera del otro mundo. 

 

Ese mundo no vive de realidades materiales concretas, sino de símbolos puros, de fantasmas devocionales que alimentan sentimientos religiosos, pero sin eficacia en el mundo. 

 

6. Fundamentalismos


  La institución Iglesia Católica, tal como nació después del concilio de Trento, era y todavía es radicalmente fundamentalista. Luego de Trento ella se encerró en un sistema de dogmas, preceptos, normas, totalmente rígido. Con el poder centralizado por entero en Roma, no había más posibilidad de penetración de desafíos, retos, inspiraciones, ideas nuevas. Todo venía de Roma y Roma se concentró en un objetivo defensivo: defenderse contra los protestantes primero, y más tarde contra los modernos. Para defenderse, la Iglesia Católica cerró todos los contactos posibles con el mundo exterior. Basta con decir que todos los libros de los filósofos desde el siglo XVII fueron colocados en el Índice de los libros prohibidos; por supuesto, también todos los libros de teología protestante. Melchor Cano, en la segunda mitad del siglo XVI, definió la teología de Salamanca. En adelante, la teología sería un comentario de los decretos romanos y la Biblia, como la tradición antigua, serviría nada más para confirmar los decretos del Papa. Este sistema solo desapareció después del concilio Vaticano II.


  Los jesuitas fueron los guardianes del sistema y la Universidad Gregoriana en Roma mantuvo la fidelidad doctrinal. Era el templo del fundamentalismo. Todas las demás órdenes o congregaciones religiosas tuvieron que entrar en el mismo marco.


  El sistema funcionó porque la Iglesia ofreció al pueblo cristiano, mayoritariamente rural, una religión muy afectiva y emocional. Su base fue, además de las devociones medievales a los santos, las apariciones de Jesús primero y después de María, cuyas instrucciones eran siempre las mismas: ser fieles al sistema romano, y obedecer. Obedecer fue la palabra clave de la espiritualidad. Sentir emociones y afectos hacia Jesús y María y obedecer a lo que dice el Papa, que es lo mismo que quieren Jesús y María.


  El sistema entró en crisis en el siglo XIX, y principalmente en el siglo XX, con la migración de los campesinos hacia las ciudades. No obstante, después del Vaticano II aparecieron nuevos movimientos de devoción sentimental y afectiva que renovaron y modernizaron para la ciudad el estilo del catolicismo de los tiempos modernos. Hubo un breve intervalo con el Vaticano II, pero en seguida se volvió a lo más seguro, que es la religión afectiva y sentimental. Es lo que predomina en la actualidad en la Iglesia Católica y que hace decir a Juan Pablo II que los protagonistas de la evangelización son ahora los movimientos laicos.


  La Compañía de Jesús cambió con el padre Arrupe y abandonó su papel tradicional de guardián de la ortodoxia y de apologista de la Iglesia romana. Sin embargo vino el Opus Dei que realiza el mismo trabajo con mucha más eficiencia. También con mucho más profesionalismo que cristianismo. Los valores cristianos han sido reemplazados por la eficiencia del marketing. El Opus Dei no necesita teología. Le basta la obediencia. De hecho, la Iglesia actual no necesita teología. 

 

 

Basta con la nueva teología de manuales que consiste en repetir siempre el mismo discurso tridentino, añadiendo solamente algunas flores de retórica y metáforas que le dan un acento más “pastoral”. “Pastoral” siempre quiere decir “infantil”, puesto que para el clero los laicos son infantiles y tienen que ser alimentados en su infantilismo.


  Claro está que hubo y hay católicos no fundamentalistas, no obstante todos quedaron de cierto modo marginados, salvo durante el breve período que siguió al Vaticano II. Por ejemplo, en América Latina y el Caribe todos los obispos que siguieron la línea de Medellín fueron castigados por la razón de que todos eran sospechosos. 

 

En los últimos veinticinco años, nunca más fueron escogidas como obispos personalidades en contacto con el mundo exterior. Únicamente son promovidos candidatos que han pasado toda su vida en el recinto sagrado de las sacristías, en donde cultivan la teología del ghetto católico.


7. Las culturas y el sujeto cristiano


  En teoría, el cristianismo es independiente de todas las culturas y puede desarrollarse en todas las culturas. Pero sufre el peso de dos mil años de historia. Desde el concilio de Trento los católicos se encuentran prisioneros de una subcultura romana que no les permite entrar en contacto real con otras culturas, ni siquiera con la cultura occidental. No sabemos lo que sería el contacto del cristianismo con otras culturas por falta de experiencia. Por el momento solamente algunos individuos manifiestan interés por la convivencia con otra cultura. Son los hombres y las mujeres que aprenden otra cultura.           Solo se podrá saber lo que sucede después de algunas generaciones. Será una experiencia muy interesante. Sin embargo me parece inútil hacer comentarios teóricos sobre una realidad que no existe. 


  Lo que sabemos por los evangelios es que los discípulos de Jesucristo son enviados a todas las culturas. Con todo no podemos saber lo que podría suceder entonces. Nada más tenemos la experiencia del encuentro con la cultura helenística. Y nada permite decir que sucedería algo semejante. Más bien, todo permite suponer que lo que pasaría sería muy diferente. Pues la cultura helenística posee características que no parecen existir en otras culturas, por ejemplo la idea de una filosofía racional. El proyecto de racionalidad no parece haber tenido la misma importancia en las demás culturas. Será un reto para las próximas generaciones.


  El mensaje cristiano con respecto a las culturas está claramente expresado en el Nuevo Testamento. El primer texto es aquel en el que Jesús habla a la samaritana y le explica en qué consiste el verdadero culto:


  Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre... Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en el Espíritu y en la Verdad (Jn. 4,21-23).



 Adorar en el Espíritu y en la Verdad es muy claro: el Espíritu está en nosotros mismos y la Verdad es Cristo quien está siempre en nosotros o nosotros en Él. Lo del templo, lo que significa para nosotros lo de la religión, dejó de tener relevancia.


El otro texto es de Pablo: 


  Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual (Rm. 12,1). 


  Esto significa que todo el culto, todos los cultos tradicionales son irrelevantes. Hay un solo culto que es la misma vida vivida en santidad, la vida corporal, la vida en esta tierra, la vida de todos los días, la vida profana.


  Esto no quiere decir que los pueblos no puedan tener una religión, que de hecho es muy difícil prescindir de ella, sin embargo esta religión no tiene importancia. Lo único que se pedirá es que no esté en contradicción con el mensaje de Jesús. En la historia cristiana, hasta hoy, muchas veces la religión cristiana ha estado en oposición al evangelio de Cristo y por eso necesita cambiar, purificarse. En esto otras religiones pueden ayudar. No habrá una diversidad de cristianismos, porque el mensaje de Jesús es uno solo y se vive en cualquier condición humana, pero una diversidad de culturas transformadas por el mensaje, en proceso constante de transformación.

[1] En esa época predominan los santos y las santas ligados especialmente a apariciones. Es la época de las canonizaciones romanas inspiradas en el predominio de la ideología romana. Son santos fuera de la historia, refugiados en la vida privada puesto que Roma se reserva la intervención en el mundo a pesar de todos los desastres que experimentó en la lucha contra los monarcas católicos de los que se hizo prisionera. Sin embargo esos santos se hicieron objetos de devociones pero no penetraron en la memoria de los pueblos que actúan y se apartan siempre más de la institución católica.

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