Teólogo P. José Comblin
1. Reflexiones sobre el poder.
En toda sociedad humana, el poder es una realidad central. Cuando se habla de política todos se animan. Hasta cierto punto, el poder está en el centro de los debates. Hoy más que nunca, el poder está en el orden del día. Los revolucionarios que quieren cambiar la sociedad apuntan al poder como medio fundamental de toda revolución. Y los que se oponen a toda y a cualquier revolución organizan un poder que pretende ser cada vez más fuerte: los Estados que adoptan el sistema de Seguridad Nacional son una clara manifestación del crecimiento de la preocupación por el poder. La conquista o el fortalecimiento del poder es el asunto del día.
No se puede negar la realidad del poder. El existe y está creciendo. Hay hombres que tienen capacidad de mandar a los otros y de ser obedecidos. Consiguen, de hecho, imponer su voluntad a los otros, Es el poder. El puede estar encarnado en ciertas personas que individualmente tienen posibilidad de imponer su voluntad a los otros. No obstante, en torno a la persona o personas que detentan el poder hay, generalmente, un círculo más o menos estrecho de grupos o de personas que pueden presionar al jefe y así, orientar sus decisiones de acuerdo con sus preferencias: ellos también participan del poder. A la inversa, hay masas inmensas cuya voluntad no influye en nada en las decisiones políticas. No tienen poder.
El poder incluye siempre las armas. No existe en este mundo un poder político que no esté apoyado en las armas, en la violencia. Los ciudadanos no obedecen sólo por temor. Tampoco obedecen por mera convicción, aunque la importancia del temor de las armas pueda variar mucho entre las sociedades. En algunas la voz de las armas es la única que convence. En otras, existe la presión de las costumbres y tradiciones, la autoridad de ciertas personas debido a razones de familia o de prestigio personal, ciertas formas de consenso democrático. Incluso allí nunca se prescinde de la fuerza de las armas.
Según la Biblia y el Evangelio, el uso del poder – inclusive el uso de las armas - es legítimo. Pero lo que legitima el uso del poder y de las armas es la defensa de los oprimidos contra los opresores. Las armas son legítimas para restaurar la justicia, para salvar a las víctimas de los opresores. No existe otra legitimación posible.
Sin embargo, en la realidad de la historia existen muchas tentaciones ligadas al poder, y muchas corrupciones del poder. Tales corrupciones pueden crear un conflicto abierto entre el poder humano y el poder de Dios.
Los detentadores del poder pueden encontrar en él una fuente de orgullo y de auto-afirmación. Pueden querer aumentar sin cesar este poder hasta el punto de atribuirse a sí capacidades que sólo pertenecen a Dios. Así, el poder puede tornarse un anti-dios, un falso dios, un anticristo o falso Cristo, como lo denuncia el Apocalipsis de San Juan.
Los detentadores del poder pueden también usarlo para obligar a los trabajadores a sacrificarles buena parte del producto de la economía nacional. Pueden orientar toda la economía hacia el crecimiento de su poder. Pueden, igualmente, crear una cultura de mentira, que sea la glorificación del poder, e imponerla a sus subordinados.
En tiempos pasados, los detentores del poder eran personas: jefes de tribus, reyes, emperadores. Hoy, el poder está en las manos de una máquina más impersonal: el Estado. El Estado no pertenece a nadie. Sin embargo hay grupos y personas que ejercen influencia más o menos fuertes sobre el Estado. Por ser impersonal, el Estado no es un poder menos exigente o cruel. Al contrario, puede ser más cruel y duro por ser anónimo. No es ninguna persona concreta, sino una entidad abstracta por la cual nadie se responsabiliza. Y los ciudadanos oprimidos, no saben a quien dirigir sus quejas, porque su opresor es anónimo.
Aunque reconozca la legitimidad del poder, Jesús no lo quiere para sí mismo. El Evangelio es una clara demostración que él no quiere el poder y esta actitud suya desconcertó y escandalizó a las autoridades y al pueblo de Israel, e incluso a los discípulos. No podían comprender cómo y por qué un enviado de Dios no quería el poder, que, a sus ojos, era la señal más evidente de la presencia de Dios y la comunicación a los hombres de un atributo divino.
En la realidad, Jesús constituyó un poder paralelo, diferente en todo del poder establecido. Su poder no se basaba en las armas, ni en la tradición o en alguno de los elementos constitutivos del poder en las sociedades humanas. Su poder se enraíza en la libertad humana: existe en la medida en que consigue “despertarla”. Es el poder de un llamado dirigido a la libertad y creador de libertad. Este poder no es ilusión. Existe realmente, y los millones de seres humanos que procuraron libremente seguir los caminos de Jesús, a pesar de la persecución y de la muerte, muestran que el poder de Jesús es real. Pero es radicalmente diferente.
En la medida en que los poderes humanos se yerguen contra Dios o contra los límites de su legitimidad, el poder de Jesús será un antipoder, un poder paralelo que contesta y denuncia el poder político y de él se emancipa. En la historia de la Iglesia encontramos muchas veces ese antipoder. En la América Latina, sobre todo en las últimas décadas, la Iglesia ha sido y es la continuación del antipoder de Jesús.
El antipoder de Jesús no ambiciona ocupar el lugar de los reyes. No quiere destruir el poder sino llevarlo a ocupar su debido lugar, reducirlo a su verdadera vocación.
El poder de Jesús y de la Iglesia es antipoder en la medida en que no usa los instrumentos del poder humano: no acepta la violencia en su ejercicio. Por eso, la Iglesia será como una isla que no practica la violencia de las armas.
Jesús no condena el uso de las armas, pero ni él ni la Iglesia las usan con la finalidad de crear un poder paralelo y diferente. La Iglesia renuncia voluntariamente, como Cristo, al uso del poder de las armas, a fin de crear este antipoder profético, capaz de enfrentar el poder político, de denunciar sus corrupciones y pedir que se convierta a su papel verdadero. La Iglesia practica en sí misma y en torno de sí el modo de vivir del Siervo de Dios, Jesús. Si así no fuese, la Iglesia sería un poder semejante y rival del poder establecido, con las mismas tentaciones y sujeta a las mismas corrupciones.
El poder de la Iglesia reúne a los pobres y les da un poder que ellos no tienen: el poder de Jesús, el poder de la libertad y de la palabra que despierta la libertad, Es el poder pobre porque no cuenta con la riqueza de las armas.
2. Diálogos sobre el poder
1.- El poder político, incluyendo el poder de las armas, sólo es legítimo para salvar a los oprimidos de la opresión, para defender a las víctimas de los que practican la injusticia; en una palabra: para hacer triunfar la justicia sobre la injusticia. Esa legitimidad confiere, al mismo tiempo, finalidad y límites al poder.
Textos para reflexionar: Salmo, 72; Romanos. Cap. 13,vs.1-7; I Pedro, Cap. 2, vs.13-17.
Cuestiones: ¿Cuál es el papel de los reyes? ¿Por qué se debe obediencia a los reyes?
¿Qué acontece cuando los reyes y gobernantes no se limitan al papel que
Dios les confió? Esos textos, ¿dicen quienes son los más calificados
para ejercer el poder político? ¿Será que Dios designa a las personas
que deben ejercer el poder?
2.- El poder contiene una tentación de orgullo y afirmación del poder por el poder. El puede afirmarse hasta contra la Ley de Dios. El puede llevar a los que lo detentan a creer que son infalibles, que todo lo que hacen es bueno, que tienen autoridad total sobre los ciudadanos y que pueden someterlos a todas sus voluntades: puede llegar a querer un poder total y absoluto, semejante al poder de Dios, lo que incluye un deseo, consciente o no, de ser como Dios.
Textos: Daniel, Cap. 3, vs. 1-23; Ezequiel, Cap. 28, vs. 1-10;
Apocalipsis, Cap. 13, vs. 1-10.
Cuestiones: ¿Existen hoy manifestaciones semejantes a las figuras descritas por
Daniel, Ezequiel y San Juan? ¿Cuáles son las expresiones más visibles
de la soberbia de esos poderes? ¿Cuál es la actitud cristiana delante de
de ellos?
3.- El poder tiene capacidad de movilizar todas las fuerzas económicas, todo el trabajo, toda la producción para el incremento de la propia potencia, o para dar a los que lo detentan un nivel de vida privilegiado.
Textos: Deuteronomio, Cap. 17, vs. 16-20; Samuel, Cap. 8, vs. 10-18; Miqueas,
Cap. 3, vs. 1-4; Apocalipsis, Cap. 18.
Cuestiones: ¿Existen en nuestros días jefes que exploten a su pueblo en forma
semejante a lo que dicen los textos bíblicos? ¿Hay Estados que hacen
de su propia potencia la meta suprema del poder? ¿Cuál es la actitud
cristiana delante de tales poderes que explotan el trabajo de sus
pueblos?
4.- La tercera tentación del poder es la de querer conquistar y dominar las ideas, la cultura, para imponer sus mentiras e impedir que la verdad sea proclamada. El poder quiere tener a los profetas a su servicio, para que digan lo que le agrada, y mata a los verdaderos profetas. El ejemplo es el rey Herodes delante de Juan Bautista y de Jesús.
Textos: Mateo, Cap. 14, vs. 1-12; Lucas, Cap.23, vs. 8-12; Miqueas, Cap.3,vs.5-8;
Apocalipsis, Cap.13, vs. 11- 17.
Cuestiones: ¿Existen hoy sistemas de mentiras para que todos acepten, sin
discutir, determinado poder político?¿Existen personas que ejercen
el papel de falso profeta?¿Existen autoridades que fingen una falsa
piedad para engañar mejor al pueblo, y que, en la realidad, persiguen
a los que dicen la verdad?
5.- Jesús se negó a recibir el poder político, lo que incluye el poder de las armas. No quiso invocar la ayuda de las armas ni permitió que sus seguidores las usasen en su misión evangelizadora y salvífica. Por eso, resistió a las presiones de los que querían hacerlo rey. El reivindica un poder total sobre los hombres, pero no según el modelo del poder político.
Textos: Mateo, Cap. 5,vs. 39-42; Cap. 12, vs. 18-21; 26, vs. 51-54; Juan, Cap.6,
Vs. 15; Cap. 18, vs. 36-37.
Cuestiones: ¿Por qué Jesús no quiso usar las armas? ¿En qué consiste el poder de
Jesús? ¿Cuáles son las tentaciones de poder y violencia para la Iglesia
actual?
6.- Delante de los abusos del poder, los cristianos se sublevan para resistir. Actuando así,
organizan de hecho un antipoder que no tiende a destruir el poder político sino a recolocarlo en su debido lugar.
Textos: Daniel, Cap. 3,vs. 23; Hechos, Cap. 4, vs. 19; Cap. 5, vs 29; Cap. 7,vs.51-
60; Apocalipsis, Cap. 20, vs. 4.
Cuestiones: Existen, actualmente, circunstancias en que los cristianos deben
desobedecer al poder político? ¿Por qué los cristianos se oponen a
ciertos poderes en América Latina? ¿Existen persecuciones porque los
cristianos se oponen a poderes abusivos?
7.- Entre los cristianos no debe haber poder basado en las armas: debe reinar la libertad y la sumisión voluntaria a una autoridad que consiste no en dominar, sino en servir. De esta forma la comunidad eclesial es un testimonio contra los abusos del poder político.
Textos: Mateo, Cap. 18, vs 1-4; Cap. 20, vs. 24-28; Lucas, Cap. 22, vs. 24-27;
Juan, Cap. 13, vs. 1-16.<
Cuestiones: ¿Existe autoridad en la Iglesia? ¿Cómo debe actuar la autoridad en la
Iglesia? ¿Qué enseña la Iglesia por medio de su vida de comunidad?
8.- Jesús tiene una verdadera autoridad: ella se ejerce por la palabra que condena y llama, acepta y rechaza. También expulsa los demonios, y cura a los enfermos: Jesús cura el mal, en eso reside su autoridad. No es una autoridad que apunta a dominar a los hombres.
Textos: Mateo, Cap. 7, vs. 28-29; Cap. 8, vs. 27; Cap. 9, vs. 8; Cap. 11, vs. 3-6;
Cap. 12, vs. 15-21.
Cuestiones: ¿De qué modo ejerce Jesús la autoridad? ¿Cómo se manifiesta la
autoridad de Jesús? ¿Cuáles son las expresiones de la autoridad de
Jesús en el mundo de hoy?
3. El poder y su legitimidad
1.- La Biblia no sueña con una sociedad de iguales sin autoridad, sin jefe, sin capacidad de mandar. Ella reconoce la necesidad de una autoridad social: atribuye al propio Dios la existencia de la autoridad.
El fundamento de la autoridad, su legitimidad, es la necesidad de luchar contra el mal y la opresión. Si no hubiese autoridad y poder eficaz, los opresores dominarían a sus víctimas sin escrúpulo, los injustos oprimirían a los pobres sin temer castigo alguno. Dios quiere la autoridad y el poder para reprimir a los opresores, la injusticia, la dominación de los fuertes sobre los débiles. Es lo que muestran todos los textos que hablan de la institución de una autoridad en Israel o en la Iglesia, o del reconocimiento de las autoridades existentes. Lo mismo dicen también ciertos textos famosos de las Epístolas (a los Romanos, Cap. 13, vs. 1-7; y I de Pedro Cap. 2, vs. 13-17).
El poder político es la defensa de los pobres contra los ricos, de los débiles contra los fuertes, de los oprimidos contra los opresores, de los que están con la verdad contra los mentirosos. Cuando no cumple este papel, la autoridad pierde su legitimidad. Los detentores del poder, que abusan de su posición para actuar de un modo contrario, para oprimir, para apoyar la injusticia, para defender a los ricos y poderosos, pierden su legitimidad. Ellos destruyen los fundamentos de la autoridad. Otros tienen el derecho de ocupar su lugar e intentar actuar mejor, si pudieren.
2.- El poder de las armas forma parte del poder político. Este se humaniza cuando busca el consenso de todo el pueblo, cuando se basa en una participación efectiva; a pesar de éso, él debe contar con la presión de las armas. Pues, ni en las mejores democracias, el consenso es unánime. Hay siempre una mayoría que tiende a imponer sus puntos de vista a una minoría, cuando no se trata de una minoría que pretende dominar a la mayoría. El mejor uso de las armas consiste en no tener usarlas nunca. Con todo, siempre hay casos de extrema necesidad en los cuales es inevitable el uso de las armas, tanto contra los opresores internos cuanto contra los opresores externos. Por eso la represión policial así como la guerra pueden ser legítimas. No se llama violencia el uso legítimo de la fuerza física y de las armas para imponer a los malhechores el respeto a la justicia. Violencia es el uso ilegítimo de la fuerza física y de las armas.
Un poder que usa con exageración las armas es muy sospechoso; se supone que no quiere liberar realmente a los ciudadanos sino más bien dominarlos y explotarlos. El uso abundante de las armas genera la sospecha de que el poder quiere crecer más de los que es necesario, de que quiere el poder por el poder, la fuerza por la fuerza. Si las mayorías de los ciudadanos honestos y trabajadores no dan su consentimiento espontáneo a un poder, se debe sospechar que el poder no apunta a la salvación real de las masas pobres, sino más bien a la mantención de los privilegios de los ricos, o a su propia promoción: en ese caso, los ciudadanos son víctimas del poder.
3.- Existe una gran variedad de formas del poder político en la historia. Hubo épocas en que los jefes eran los ancianos de determinadas familias designadas por la costumbre: la tradición indicaba los ocupantes del poder. El poder se limitaba, en general, a mantener las mismas costumbres.
En otras épocas, algunos jefes militares exitosos y osados conquistaron el poder de las armas: casi todos los poderes actuales nacieron de una conquista militar en el pasado. Estos jefes militares que conquistaron algún poder sobre una región o un conjunto de tribus se llamaban reyes o emperadores. En aquella época el poder era todavía bastante personalizado, aunque los reyes tuviesen a su lado generales y otros oficiales que participaban del poder juntamente con ellos.
Actualmente, el poder tiende a ser más anónimo y colectivo. Es el poder del Estado. Ese Estado es una realidad abstracta, una máquina poderosa y compleja, en que trabajan millares de personas. Aunque existan dictadores, éstos se hallan ligados al Estado y no pueden decidir arbitrariamente sin crear peligro para la sobrevivencia de su autoridad. En la mayoría de los casos, ellos se someten a lo que el Estado quiere. Más, el Estado también se compone de personas, grupos y clases sociales. Además de eso, el Estado no elimina totalmente la importancia de los jefes y personalidades carismáticas, que consiguen imprimir algo de su personalidad a la máquina del Estado.
4.- Existen utopías que anuncian el desaparecimiento del Estado, del poder, de la autoridad, y el advenimiento, en el futuro, de una sociedad sin poder, en la cual se obtendría espontáneamente el acuerdo entre las personas, porque todas se darían cuenta de lo que es el interés de todos. Bastaría seguir las leyes de la naturaleza y de la economía. En vez de obedecer a las personas, los ciudadanos obedecerían a las necesidades definidas por las leyes sociales. Sería el reino de la ciencia. Si todos los hombres siguiesen lo que la ciencia dice, ninguno iría a querer dominar al prójimo, porque sabría que su propio bien es solidario con el bien del prójimo.
Esa utopía ha sido alimentada y formulada tanto por el liberalismo democrático, cuanto por el positivismo y por el socialismo marxista. Todas esas ideologías vienen de un tronco común que es la modernidad.
En el liberalismo democrático se exige que el poder sea, simplemente la voluntad del pueblo. No existe un poder real, sino sólo un órgano de transmisión de la voluntad del pueblo. El Estado debe realizar la voluntad del pueblo. En vez de un poder sobre el pueblo habría solamente el pueblo que se dirigiría a sí mismo a través de simples mandatarios. Evidentemente, este sistema es irrealizable y nunca existió. Tal utopía sólo puede servir para ocultar el verdadero poder y desviar la atención de él. De hecho, en los regímenes liberales bajo la democracia teórica, existe la dominación de las clases ricas, que saben manipular y usar las instituciones llamadas democráticas para su provecho.
El positivismo defendía al gobierno de los sabios y cientistas; sería el gobierno de los economistas, ingenieros sociales y técnicos. Esta es la ideología que encuentra el mayor número de aplicaciones en el mundo actual.
Más, bajo el reinado de los técnicos y cientistas, lo que se instala es la dominación de un Estado-Potencia, de una clase militar que se atribuye a sí misma el papel de defensora de la Seguridad Nacional, y de grandes entidades económicas, dueñas de las ciencias y técnicas. Bajo el supuesto gobierno de los técnicos lo que existe es el reinado de un Estado-Potencia, asociado a potencias multinacionales: no desapareció el poder, sino que creció de una manera tan acentuada que nadie jamás habría podido imponer en el siglo pasado.
Según el socialismo marxista, el Estado es el órgano de una clase dominante y tiene que desaparecer con ella. En una sociedad sólo de trabajadores, el orden será espontáneo: todos se someterán a las leyes racionales de la producción y no habrá obstáculo a la fraternidad de los trabajadores. En la realidad, basándose en esa ideología de desaparecimiento del Estado, se crearon los Estados más totalitarios posibles que dominan y controlan la totalidad de la vida.
Las ideologías que más anunciaron la desaparición del Estado fueron las que más ayudaron a crear un Estado con poder total.
5.- Dios no designa las personas que deben ocupar el poder. En otros tiempos se dijo que Dios había escogido determinadas familias o personas. En la realidad, sin embargo, ejercen legítimamente el poder las personas que de hecho realizan las finalidades del poder. Las demás lo ocupan ilegítimamente, cualquiera que sea el modo de su elección. Por eso, pueden existir diversos sistemas legítimos. El más legítimo será aquél que ofrezca mayor posibilidad de ocupar el poder a personas que irán a respetar su finalidad.
4. Tentaciones y corrupciones del poder.
Las luchas entre el pueblo de Dios y los poderes corrompidos ocupan gran parte de la Biblia y de la historia de la Iglesia. Un poder desviado de su fin encabeza la incredulidad, la oposición a Cristo y a su evangelio, quiere corromper la religión en provecho propio, persigue y mata a los profetas y a los discípulos de Jesús. El poder raramente queda indiferente al desarrollo del evangelio de Cristo. El gesto de Pilatos de lavarse las manos representa una hipocresía. En la realidad el poder pocas veces es neutro. El tiende a reforzar la resistencia del evangelio. Así como Pilatos se tornó instrumento de la oposición de las autoridades de Israel, así también, frecuentemente, el poder político se torna instrumento de la oposición al evangelio, incluso inconscientemente, porque procura fines independientes, busca su fuerza y su grandeza.
1.- La soberbia del poder. El poder aumenta la soberbia de los que lo detentan. Para ellos, es fácil llegar a pensar que ya no son hombres comunes. Procuran afirmarse a través del aumento del poder por el poder. El poder tiende a crecer y sus detentadores procuran una satisfacción personal en el ejercicio de un poder cada vez más absoluto. De no haber fuerzas que se opongan y limiten el poder, éste tenderá a aumentar cada vez más. Fácilmente las clases que detentan el poder adoptan para sí una moral especial, se colocan encima de la ley común, exigen privilegios y se comportan como dominadores y explotadores. Experimentan una satisfacción especial en el ejercicio de la dominación. La Biblia denuncia el ejemplo de los imperios antiguos, pero existen ejemplos más actuales que ilustran los de la Biblia.
El poder lleva a emanciparse de Dios y de la ley de Dios, y a actuar como si el detentor del poder fuese dios, como si fuese el salvador de los hombres, como si tuviese un poder total y absoluto. De esta forma, reyes, emperadores, Estados y dictadores aparecen como rivales de Dios y como falsos dioses.
Los profetas denunciaron los casos de los faraones de Egipto y de los reyes de Asiria y de Babilonia. Daniel denuncia a los reyes que heredan el poder de Alejandro a través de ejemplos alegóricos de los reyes de Babilonia. El Apocalipsis denuncia a los emperadores romanos. Todos ellos afirmaban tener un poder que sólo pertenece a Dios: eran las falsas imitaciones del poder salvífico de Dios y del Mesías. (Ver, p. ej. Exequias, Cap. 28; Daniel, Cap. 3; Apocalipsis, Cap. 13).
Los Estados contemporáneos, imbuidos de la doctrina de la Seguridad Nacional, se consideran un fin absoluto y subordinan todo a su grandeza y al poder de la nación, esto, es, del Estado. Hacen del Estado una falsa imitación de Dios, confiriéndole atributos que sólo convienen a Dios.
2.- El poder se transforma de instrumento de liberación que debía ser en instrumento de dominación. Somete a los ciudadanos al desarrollo de su poder político, económico y cultural, explota el trabajo y lo orienta a la relación de una potencia. El propio poder se deja manipular por las clases ricas y poderosas, que monopolizan la capacidad de presión, Hace alianza con las clases más ricas para repartir con ellas el producto del trabajo; encuentra en ellas sus agentes fieles.
Samuel ya había denunciado esta corrupción del poder cuando los israelitas quisieron adoptar la forma de la monarquía inspirada en el modelo de los Estados vecinos. Samuel sentía que ese modelo sería una corrupción del poder. De hecho, la historia de los reyes de Israel es la historia de la dominación y de la explotación del pueblo de Dios por los propios reyes que él quiso tener para sí.
La historia, a partir de entonces, sólo confirma las palabras ejemplares de la Biblia. La experiencia presente muestra que persiste la corrupción en el Estado; el poder se torna el dominador de los que debería liberar. No sería difícil alinear ejemplos de la historia más reciente. ( Referencias: Deuteronomio, Cap.17, vs. 16-20; I Samuel, Cap, vs. 1-18; Miqueas, Cap. 3, vs, 1,-14; Apocalipsis, Cap. 18).
3.- El poder tiende también a exigir de sus subordinados un verdadero culto. Quiere la aprobación de ellos. Quiere ser proclamado como justo y bueno. No sólo quiere dominar sino que quiere ser aclamado por los que domina. Por eso divulga una ideología que intenta convencer a la población de que es la mejor autoridad posible, de que no hay nada mejor que él y de que todo lo hace para el bien de todos. Elabora una mentira sistemática, para evitar de que la verdad sea conocida. Elabora una cultura oficial que glorifica al propio poder y a sus representantes.
En otros tiempos, esta cultura oficial era religiosa: era una religión política que mostraba, en el poder, la encarnación de Dios. El culto al poder formaba parte del culto a Dios. Entre Dios y el poder había una estrecha unión. En los tiempos modernos que son de secularización, el poder recurre a otros argumentos: se presenta como encarnación de la historia, de la liberación de la humanidad, de la necesidad científica.
Sin embargo, todavía hoy, en América Latina, el poder intenta obtener apoyos religiosos que, principalmente en las populares, le dan prestigio y facilitan la obediencia incondicional.
Referencias: En el Antiguo Testamento, era papel de los falsos profetas proclamar y alimentar la unión entre el rey y Dios. El Apocalipsis muestra, en la segunda bestia, la presencia de un falso profeta, al lado del poder rival contrario a Cristo; Apoc. Cap. 13, Vs. 10-17.
5. Los cristianos y el poder.
1.- Letigimidad del poder. Jesús reconoce la legitimidad del poder. No pretende suprimirlo ni incluso por causa de los abusos, de las corrupciones y tentaciones. Este reconocimiento incluye la legitimidad de las acciones armadas en la guerra y de las funciones de la policía. Lo que Jesús quiere para su Iglesia no lo quiere para la sociedad como un todo. En la Iglesia no habrá dominación. Pero podrá haber en la sociedad. En la Iglesia no puede haber represión física o armada. Pero en la sociedad puede haber. (Ref: Mateo, Cap. 22, vs. 21: Juan, Cap. 19, vs. 11; Romanos, Cap. 13, vs. 1-7; I de Pedro, Cap. 2, vs. 13-17).
Jesús no establece como condición para la legitimidad del poder la aceptación del Evangelio. El poder de los paganos es tan legítimo como el poder de los reyes o gobernantes cristianos. Los cristianos no deben obedecer solamente a los gobernantes cristianos.
2.- Jesús no vino a pedir para sí ni para sus discípulos el poder político. Podía conquistarlo, pero se negó a hacerlo. Se niega a defenderse con los medios del poder, la forma física y las armas. No quiere que sus discípulos usen armas, tampoco para defenderse del poder. (Ref: Mateo, Cap. 5, vs. 39-42; Cap. 12, vs. 18-21; Cap. 26,vs. 51-54; Juan, Cap. 6, vs, 15; Cap. 18, vs. 36-37).
Por consiguiente, cuando los profetas y los apóstoles cristianos critican el poder, no es porque quieran conquistarlo para sí. No son rivales de los gobernantes.
Sin embargo, aconteció muchas veces en la historia que la Iglesia, a través de sus dirigentes o de su pueblo, pidió la ayuda o la intervención del poder y hasta de las armas para defenderse contra enemigos externos, o contra los herejes y los cismáticos. La Iglesia dirigió guerras santas y cruzadas contra los enemigos de la fe o herejes. Practicó y usó la represión policial, la tortura, los castigos corporales. Pidió la intervención del poder político para hacer todo eso bajo su orientación. Fueron innumerables los pecados de la Iglesia en ese campo. El propio san Agustín fue el primero que pidió el auxilio del brazo secular para reprimir a los herejes que hacían estragos y perturbaban las reuniones católicas. La Iglesia siempre está sujeta a la tentación de imitar al Estado y poner en práctica sus mismos métodos, cuando tiene la capacidad de hacerlo.
3.- Ni Jesús ni los cristianos obedecen a un poder que manda hacer cosas injustas. Resisten, aunque pacíficamente. No quieren el lugar de los que mandan injustamente, pero tampoco aceptan una sumisión incondicional. La Biblia es la primera en proclamar el deber de no obedecer a un poder desvirtuado que no sigue las normas de la legitimidad. A un poder ilegítimo no se puede obedecer.
Los profetas fueron los primeros que se levantaron para resistir. Elías fue el modelo de la resistencia a un poder que se yergue contra Dios y su ley. Fue duramente perseguido a causa de ello. Los profetas posteriores también tuvieron que erguirse contra un poder ilegítimo. Predicaron la desobediencia y protestaron contra los falsos profetas, que proclamaban la sumisión incondicional al poder de los reyes. Jeremías fue el modelo de tales profetas. De ahí el proverbio de que el profeta muere perseguido.
Jesús no se somete al poder injusto del Sanedrín de los judíos. Tampoco los apóstoles se someten a la orden de dejar de anunciar el nombre de Jesús. Cuando el poder se exhorbita de su papel y cede a las tentaciones, los cristianos se oponen a su falsa pretensión aún a costa de la prisión o de la muerte. Es el origen de la oposición consciente y deliberada a un poder ilegítimo. (Ref: I Reyes, Cap. 18, vs. 16-46; Cap. 21. vs. 1-26; Jeremías. Cap. 26, vs. 1-28; Daniel, Cap. 3, Hechos, Cap. 4, vs. 19; Cap. 5, vs. 29; Cap. 7, vs. 51-60; Apocalipsis, Cap. 20,vs 4).
Al actuar de esta forma, los cristianos hacen una oposición que limita el poder. Su finalidad es la de que el poder se restrinja a su papel legítimo y no exija una sumisión total o incondicional. Esta oposición funciona de hecho como un medio de presión, como un anti-poder, una fuerza que obliga al poder a mantener ciertos límites.
Entre el poder político y el anti-poder de los cristianos, en verdad, hubo en la historia en verdad una larga secuencia de episodios. Gran parte de la llamada historia de la Iglesia está constituida por conflictos entre el poder y el anti-poder que es la Iglesia. El poder quiere aumentar indefinidamente su acción, hasta el punto de absorber a la propia Iglesia. El pueblo de Dios resiste contra el crecimiento ilimitado del poder de los reyes o del Estado.
En América Latina, actualmente, nos encontramos de nuevo en el auge de esta lucha entre el poder político, que quiere ser cada vez más total, y el anti-poder de la Iglesia, que desea un poder político restringido a su verdadero papel. Cuando el Estado quiere ser absoluto como un Dios, cuando quiere dominar a los pueblos y exigir de ellos todos los sacrificios, cuando organiza su propaganda y divulga la mentira en forma sistemática impidiendo que los pueblos conozcan la verdad, el pueblo de Dios se levanta como los tres jóvenes delante de la estatua de Nabucodonosor. Lo que está aconteciendo en América Latina es la continuación de esta lucha de siempre.
4.- La evangelización de la Iglesia se dirige tanto a los gobernantes como a los ciudadanos. A los gobernantes, la Iglesia les recuerda los límites de todo poder político y se opone a que se salgan de esos límites. Oponerse al aumento total del poder es evangelizarlos. A los pueblos y a los pobres sin poder, la Iglesia les confiere su anti-poder, su propio poder de resistencia a un poder injusto, dominador, mentiroso o blasfemador. Ella les enseña también el deber de resistir, de exigir sus propios derechos de hombres y de ciudadanos. Así, la Iglesia suscita la formación de un pueblo organizado y capaz de oponerse a los abusos del poder. Ella ayuda a formar un poder popular pacífico, que no quiere conquistar el poder del gobierno, sino contenerlo en sus justos límites y obligarlo a cumplir su papel de defensor de los pobres y de los que sufren la injusticia.
La evangelización contiene esa tarea de concientización y de organización de los pobres, de modo que ellos sean capaces de oponerse a un poder que hace lo contrario de su deber y de su misión. En América Latina, el poder pocas veces se muestra defensor de los oprimidos, frecuentemente se coloca al lado de los poderosos para defender sus privilegios. Por eso la misión más urgente de la Iglesia es despertar la conciencia de los pobres, para que se unan y se opongan con eficacia a un poder injusto, y sean capaces de exigir de él los cambios radicales de la sociedad.
Esta misión de formar una antipoder popular engloba la formación de sindicatos y asociaciones de trabajadores eficientes y realmente representativos, no sólo en el lugar de trabajo, sino también, más fundamentalmente, delante del Gobierno y del Estado, Incluye la formación de asociaciones vecinales y de consumidores, asociaciones políticas populares que no se dejen manipular por las causas dominantes y sean capaces de exigir cambios políticos. Todo eso es evangelización, porque es anuncio de la verdadera realidad del poder en la historia de la salvación.
En América Latina, esta misión es más urgente que en otros lugares, dada la tradicional fragilidad histórica de los pueblos y de todas las organizaciones populares. Más que en otras regiones, los pobres son objetos pasivos en manos de sus dominadores.
5.- La realidad objetiva de la democracia en sus valores auténticos, consiste en la existencia de una fuerza popular capaz de limitar el poder y de presionarlo para que cumpla su verdadero papel de defensor de los pobres contra la opresión. No es que el pueblo venga a enseñorearse del poder. El pueblo nunca gobierna, excepto por ficción. La afirmación de que los gobernantes son representantes del pueblo siempre es una figura de retórica política, pero no tiene fundamento en la experiencia histórica real. Tampoco es verdadera expresión del poder. Y ningún sistema es democrático cuando el poder no está contrabalanceado por un contrapoder popular eficaz y libre.
6.- La oposición legítima al poder puede llegar a la insurrección y a la instalación de otros gobernantes. La dominación del poder y sus abusos pueden ser tales que exijan la insurrección incluso armada de los ciudadanos. Si el poder puede usar las armas contra la injusticia, también el pueblo puede usarlas contra un poder injusto. No lo puede en cualquier momento, para que la vida social no se transforme en una guerra permanente. Existen casos, sin embargo, en que toda y cualquier mejoría es imposible, y existen reales posibilidades histórica de derribar el poder injusto colocando otros gobernantes en su lugar.
7.- El poder tiende muchas veces a anexar a sí la fuerza histórica de la Iglesia. Para impedir que ella defienda a los pobres contra un poder injusto, para impedir el antipoder de la Iglesia, los gobernantes intentan controlar a sus jefes, los obispos y los sacerdotes.
En América Latina, la conquista se hizo en gran parte con la legitimización de la Iglesia. Aunque algunos misioneros hayan resistido a los títulos de la conquista, en general los conquistadores se sintieron apoyados por ellos y los pueblos vencidos soportaron la fuerza de los argumentos religiosos. Les fue dicho que Dios, creador del universo, quería que se sometiesen a los reyes de España y de Portugal y aceptasen todas las leyes y oficios de los reyes.
El poder fue legitimado por la Iglesia, aunque se mostrase tremendamente injusto para con los indígenas y los esclavos traídos de África. La propia esclavitud fue legitimada. Hasta bien poco tiempo atrás los pueblos estaban acostumbrados a ver a sus sacerdotes siempre al lado de los poderosos, legitimando la situación establecida. Sentían que la Iglesia se hallaba del lado de los que los oprimían.
Hubo excepciones, como por ejemplo los jesuitas que defendieron la independencia de las reducciones del gran Paraguay, hasta que fueron expulsados y vencidos los indios. Pero, de modo general, predominó la alianza de la Iglesia con el poder. Ello exige una toma de conciencia mucho más evangélica hoy en día.
Capítulo del Libro “ Reconciliación y Liberación”. Editorial Cesoc, 1987.
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(N.T.) Transcriptor: Enrique Orellana F.
TEÓLOGO P. JOSÉ COMBLIN *
Teólogo, escritor y filósofo belga, nació en 1923. Sacerdote secular. Doctorado en teología en la Universidad de Lovaina en 1950. Actualmente radicado en Nordeste de Brasil en Joao Pessoa (Estado de Paraíba). Ha vivido más de 15 años en Chile, sin prejuicio de sus constantes viajes a diversas partes del mundo en donde entrega a través de seminarios, foros, conferencias y reuniones variadas su visión económica, política y social desde la perspectiva cristiana. Somos uno de sus grandes amores. El otro es Brasil. Es considerado uno de los más relevantes teólogos católicos del mundo. Autor de más de 60 libros y 300 artículos. Sus obras más famosas, son sus exposiciones críticas de la Doctrina de Seguridad Nacional y del Neoliberalismo, además de temas antropológicos y eclesiales como Antropología Cristiana, Cristianos Rumbo al siglo XXI, Vocación a la Libertad y “O povo de Deus” (El Pueblo de Dios). Además sus Teologías de la Paz, Teología de la Ciudad y Teología de la Revolución, así como sus Comentarios Bíblicos a Epístolas de Pablo y los hermosos ensayos sobre Jesús de Nazareth y la Oración de Jesús.
En 1972 un decreto del gobierno militar del Brasil impide a Comblin seguir trabajando en ese país. Viene a Chile en donde ejerce docencia en teología, pero en 1981 un decreto del Gobierno Militar de Chile le impide reingresar al país, después de un viaje. Regresa a Brasil donde lo recibe el Arzobispo de Recife don Helder Camara. Fue uno de los teólogos expertos que participó en las Conferencias de Obispos Latinoamericanos de Medellín (1968) y de Puebla (1979), como asesor de don Helder Camara y del Cardenal Arns de Sao Paulo.
En el año 2001 publica el libro”El Neoliberalismo. Ideología dominante en el cambio de siglo”. Una de sus citas: “La sociedad neoliberal desintegra, destruye cualquier comunidad ella no tiene un proyecto para la sociedad. El capitalismo puro es un mecanismo que funciona por sí y para sí mismo”. Sobre este tema ha escrito diversos artículos entre ellos “Críticas a la ideología Neoliberal y caminos salida”. Por otra parte la ponencia sobre “Ética, política y derechos humanos hacia el futuro”, analiza la actual problemática política mundial, con referencias a guerra preventiva de Bush contra Irak después de la crisis de las torres gemelas, y en que critica cómo la guerra preventiva contra el terrorismo lo justifica todo. A tal problemática también pertenece el artículo “Reflexiones cristianas sobre Afganistán, la guerra y Porto Alegre”.
En el año 2003 publica el libro “La esperanza de los pobres vive”, una obra en conjunto con 60 colaboradores latinoamericanos, con artículos, estudios y experiencias liberadoras de amigos de J. Comblin y de él mismo, en celebración de sus 80 años.
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