Teólogo P. José Comblin
Siempre más queda claro que la cuestión fundamental para los cristianos hoy día es la cuestión del poder. La cuestión del poder es la principal novedad, el principal reto que la cultura contemporánea dirige a la Iglesia después de Vaticano II. El Concilio no trató de la cuestión. Trató de evitarla, porque en aquel tiempo la cuestión del poder todavía no era un tema dominante de la cultura occidental.
En Lumen Gentium el Concilio trató de evitar la palabra poder cuando se refiere a la jerarquía Usa la palabra “munus”, oficio o palabras que dicen servicio. En esa forma se evita abordar la cuestión del poder. Es evidente que evitó voluntariamente la palabra poder (salvo en algunos pocos casos como en 18, a, en donde la palabra “poder sagrado” es inmediatamente suavizada por la palabra servicio).
La jerarquía trata de apartar el asunto pensando que es una cuestión irrelevante, pero su relevancia está siempre más evidente. El clero, formado para manipular conceptos edificantes, rechaza la idea de que algo pudiera ser motivado por cuestiones de poder en la Iglesia. Se presume que todo se hace por amor. Aún la condenación de los herejes se hace por amor. Es un servicio a la Iglesia. Sucede que, como en cualquier sociedad humana, la cuestión del poder es relevante en la Iglesia. Más aún: ella es inevitable.
La actual relación de poder todavía es la relación definida en la cristiandad medieval. Las formas han cambiado, pero el fondo quedó igual.
En la eclesiología tradicional, desde los orígenes en el siglo XIV, la palabra poder ocupa el centro del tratado. Pues, la Iglesia se define por los poderes que la constituyen. Lo que hace la Iglesia son los poderes de la jerarquía. La palabra poder siempre tiene un sentido positivo y únicamente positivo. El poder es uno de los principales atributos de Dios, tal vez el atributo más importante, por lo menos en la devoción católica. En la misma liturgia siempre se añade el adjetivo poderoso o todo-poderoso a la invocación de Dios. Dios es el Todo-poderoso. El poder de Dios es puramente positivo. Es creador y salvador. Es lo que produce todo lo que existe y conduce la creación, actuando por los medios de salvación.
Ahora bien, el poder de Dios actúa por medio de poderes humanos. Dios no actúa sin la mediación de hombres. Estos mediadores revestidos de una participación del poder de Dios para realizar las obras de Dios son la jerarquía de la Iglesia. El poder de la jerarquía es también puramente positivo, porque es el mismo poder de Dios. Se dice que la jerarquía es la causa eficiente de la Iglesia. Ella produce la Iglesia pues la acción salvadora de Dios pasa por esa mediación. El poder de la jerarquía solo se compara con el poder creador de Dios: ellos crean a la Iglesia. Es el poder salvador de Dios: ellos realizan la salvación. Dios eligió a algunos hombres para ser los salvadores de la humanidad. Los laicos se salvan por la intervención de la jerarquía. Sin la jerarquía no son nada. Todo reciben y nada producen.
Este poder sobrenatural de la jerarquía tiene su punto culminante en la eucaristía. Como el Papa recién lo recordó, el sacerdote ordenado pronuncia las palabras de la consagración como si fuera el mismo Cristo. Cristo habla por su boca y produce por la boca del sacerdote el milagro de la transubstanciación, el mayor milagro que se puede imaginar. El ministro ordenado tiene la misma fuerza de Dios cuando celebra la eucaristía. Los laicos miran, admiran, adoran, y reciben a Dios por las manos del sacerdote. Esta teología es la imagen de la Iglesia en la eclesiología tradicional que todavía es común hasta Vaticano II aunque haya sido refutada por los mejores biblistas y los mejores historiadores católicos. Es todavía la teología del Papa.
Este poder es el servicio de la jerarquía. Ejercer su poder divino es el servicio que el ministro ordenado ofrece a la Iglesia a la que dio vida. No puede haber ninguna oposición entre poder y servicio. El poder es el mayor servicio.
Es evidente que esta identificación entre poder y servicio no viene del Nuevo Testamento. Ella procede de la ideología imperial. En esta ideología, todo poder es positivo porque todo poder es servicio a la sociedad. “Dominar para servir”, es la definición de todo los colonialismos, hasta de la guerra de Irak: es el mayor servicio prestado al pueblo de Irak.
Los teólogos de aquel tiempo conocen muy bien todos los defectos personales de la jerarquía y de los presbíteros y diáconos. Pero esto no cambia la teoría. Los peores sacerdotes continúan creando la Iglesia por medio de sus sacramentos, de sus palabras y de su gobierno. Los abusos de poder son tratados como si fueran puros problemas personales que se solucionan por medio de la conversión del sacerdote. No reconocen que esta situación no es inevitable, que está ligada en gran parte al modelo de sociedad que se quiso imponer a la Iglesia y que por lo tanto se trata de un problema de política en la Iglesia.
Ahora bien, los miembros de la jerarquía no pueden ser puros representantes del poder de Dios. Al ejercer su poder, no comunican sencillamente el mensaje de Dios, sino también toda una teología. Al administrar los sacramentos, manipulan la religiosidad popular con su magia y sus supersticiones. Al gobernar sus parroquias o sus diócesis actúan como patrones de empresas. Crean una cierta orientación de la Iglesia, no crean la Iglesia que es producto del Espíritu Santo, por medio de la mediación de todos los cristianos, cada cual con su carisma. Si la orientación dada por el clero no es corregida y mejorada por el pueblo cristiano, ella se transforma en dominación. Entonces, el poder se hace dominación, como en todas las instituciones humanas. Por eso existe siempre un problema político en la Iglesia, que es el problema de que los miembros del clero son seres humanos y no puros depositarios del poder de Dios. Su poder no es como el poder de Dios pura fuerza creadora, no es puro don de la vida. Es también imposición, arbitrariedad, dominación del hombre sobre el hombre. No solo por vicios personales, sino por estructuras de pecado.
La concepción medieval del poder en la Iglesia, y el consecuente abismo entre el clero y el pueblo están en crisis desde hace dos siglos, aunque la jerarquía haya negado la crisis hasta Vaticano II y muchos la nieguen todavía hoy en día.
Ahora bien, esa relación está en crisis desde hace tiempo, y la crisis se acentuó siempre más en el siglo XX. Millones abandonan la Iglesia católica, y la causa fundamental, consciente o inconsciente, es la cuestión del poder. Con el Papa actual ni siquiera se puede levantar la cuestión porque su poder es más absoluto que el poder de cualquier Papa del pasado, incluso que el poder de Pío XII. La jerarquía niega el problema porque siente que sería el primer objeto de la contestación. Sin embargo, está claro que la nueva sociedad urbana, alfabetizada y desarrollada culturalmente no acepta más el tipo de relación de poder que nació en la edad media. No puede aceptar que Dios reserve toda su mediación a algunos cuando el Nuevo Testamento anuncia que el Espíritu es dado a todos. Que haya diversidad de funciones y de servicios, es lo que todos afirman. Que haya personas destinadas a gobernar, no se discute. Pero no se acepta la identificación de un poder humano con el poder de Dios.
No se puede negar que la Iglesia, como cualquier grupo humano, necesita una organización de poder, pero no eternamente la organización nacida en determinada época histórica en virtud de una situación histórica limitada en el tiempo. Nadie ignora que la autoridad es necesaria. Pero el actual sistema de autoridad hace que millones de católicos, exactamente los que participan en la nueva cultura urbana, se apartan de la Iglesia, o sencillamente pierden inconscientemente el sentimiento de pertenencia a ella.
Es necesario ver y examinar críticamente el sistema de poder que existe en la Iglesia, regido por un derecho canónico siempre relativo. Es necesario ver claramente la diferencia entre lo que es permanente en la Iglesia y lo que la historia ha hecho en los siglos ulteriores. De lo contrario seremos prisioneros de la historia, prisioneros de un pasado muerto.
LA ECLESIOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO Y EL PODER
La eclesiología de Pablo está centrada alrededor del concepto de pueblo de Dios que es el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo. Este concepto es subyacente en todos los capítulos de sus cartas. Todo lo que dice de la Iglesia ser refiere a este pueblo de Dios.
La doctrina del poder de Pablo se encuentra implícita en su doctrina sobre la Ley y el Espíritu. El pueblo de Dios pasa por dos etapas. Primero, hubo el régimen de la Ley, y ahora, con Jesús comenzó el régimen del Espíritu. En el régimen de la Ley, la relación con Dios es una relación de sumisión. El pueblo de Dios es el pueblo que se somete a la Ley. La obediencia a la Ley es la virtud suprema. Ahora bien, la Ley no entraría en la realidad, si no fuera presentada por dirigentes humanos. La Ley no existiría como Ley, si no hubiera en la tierra, por encima del pueblo una autoridad que obligue a respetarla. Esta autoridad estaba representada por los doctores y los sacerdotes que fueron los que condenaron a Jesús. La sumisión a la Ley se traduce por la sumisión a sus representantes. Obedecer a Dios se traduce en la práctica por obedecer a las autoridades que la imponen.
Para Pablo la Ley – o sea todo el sistema centrado en la Ley- no salva, porque no cambia el ser humano. Hace que la persona se someta por miedo al castigo, pero no se renueve personalmente. Solo el Espíritu puede renovar la humanidad. Para el régimen de la Ley, la autoridad actúa imponiendo la Ley.
Por el Espíritu, la persona se siente movida, empujada por una fuerza interna que la hace capaz de seguir el camino de Jesús sin ninguna imposición. Hace el bien de fuente propia, no por imposición.
En el régimen de la Ley, los representantes de la Ley hacen uso de ella para imponer su propia voluntad. Interpretan, aumentan, cambian los preceptos de la Ley para que coincidan con su voluntad y con sus ventajas, aún materiales.
Con su doctrina del Espíritu, Pablo no da atención al problema del poder, ya sea el poder de la Iglesia en la sociedad, ya sea el poder dentro de la Iglesia, o lo que se llama actualmente los ministerios. Para él, el poder apostólico consiste en la autoridad para anunciar el evangelio de Jesús con fuerza al mundo. Es el poder de Dios, que es poder de conversión y de vida nueva. Pero el mismo no elabora una doctrina del apostolado como poder en la Iglesia.
Para Pablo, en la comunidad cristiana, el poder de Dios se manifiesta en la abundancia de los carismas, que son fuerzas donadas a algunos miembros o a todos. Los carismas parecen tener una fuerza intrínseca que hace que los miembros de la comunidad se dejan llevar por ellos. El mismo Pablo, como apóstol de Jesucristo, ejerce el poder de denunciar, exhortar, orientar, el poder de recordar las enseñanzas de Jesús. El mismo no define ese poder de los apóstoles.
Pero, la eclesiología de los evangelios, ella sí, está centrada en la cuestión del poder. En la mente de Jesús el problema del poder es el problema esencial y prioritario de la Iglesia. La misma palabra Iglesia está casi ausente de los evangelios, pero la realidad está presente en los discípulos. Cuando Jesús se dirige a los discípulos como conjunto, él enuncia su eclesiología.
Los textos principales están en el capítulo 18 de Mt. (sobre todo 1-7;12-35), en Mt. 20,20-28, 23, 8-12 y Jn. 13.
No es necesario hacer una exégesis muy minuciosa para ver que Jesús instala un nuevo modo de ejercer la autoridad, una nueva relación de poder. Durante siglos se leyó estos textos como consejos morales, como recomendaciones hechas a todos los jefes para que sean mejores en sus comportamientos.. Pero, Jesús no vino para hacer exhortaciones morales, sino para cambiar las estructuras del pueblo de Dios. Para las exhortaciones morales había los sabios que dejaron muchos escritos de sabiduría. Jesús vino a destruir la estructura de poder que había en su pueblo y a construir una nueva estructura de relaciones dentro de ese pueblo.
Durante siglos se interpretó las palabras de Cristo en el sentido que el discípulo de Jesús debía ejercer las mismas estructuras de poder de siempre con un espíritu nuevo, de una manera diferente. El resultado fue que se ejerció la autoridad como siempre pero con buenos sentimientos. La Iglesia cayó en la misma deformación que afecta las sociedades civiles o el pueblo de Israel, es decir, cometer la injusticia con buenos sentimientos. Dio a la destrucción de personas un sentido edificante. Así fue la Inquisición y todas las imitaciones de la Inquisición. Todo se justifica por el bien de la persona perseguida, torturada o muerta. El ser cristiano actuaría como todo el mundo, y añadiría solo buenos sentimientos y sentido religioso: todo por el bien de Dios y de su Iglesia.
Jesús no viene a cambiar solamente la subjetividad, sino la misma estructura de las relaciones sociales. Su ejemplo enseña la estructura de autoridad que debe prevalecer.
Jesús no usa ninguna forma de coerción para imponer su voluntad. No tiene armas, no puede amenazar, no quiere castigar (Lc. 9,51-56). No tiene medios de defensa contra sus adversarios ni siquiera a la hora de la prisión, de la condenación o de la ejecución. Está incapacitado de ejercer la más mínima violencia. No solo no practica la violencia, sino que no tiene los medios de practicarla si quisiera. No tiene los medios de violencia en la reserva, lo que constituye una amenaza. Una sabiduría política tradicional dice que se necesita mostrar las armas para no tener que usarlas. Jesús no puede mostrar las armas que no tiene.
Este es el sentido de la comparación con los niños (Mt. 18,1-4). Los niños no tienen poder para imponer su voluntad. En aquel tiempo no existe todavía el poder de chantaje que ejercen hoy día los niños de las familias ricas. El niño es el ser débil. Jesús eligió la debilidad.
Jesús no define leyes ni impone su autoridad por medio de leyes. Las leyes son hechas para imponer una voluntad superior a una persona que no quiere ejecutarla y solo lo hace por medio del castigo. La ley gobierna por medio del miedo del castigo. La ley está basada en el miedo.
Esto no quiere decir que Jesús todo lo acepta. No se acepta que se proceda como hacen las autoridades de Israel. Con los pecadores la regla es el perdón, perdón sin límite. En realidad su autoridad es tal que las personas hacen lo que él enseña con total libertad y con mucho gusto. No lo hacen por miedo, sino por amor. La autoridad de Jesús está basada en el amor que despierta. No necesita definir leyes porque las personas lo siguen voluntariamente y con convicción. No amenaza porque las personas quieren lo que él quiere por convicción.
Su autoridad está en su misma persona y en su modo de actuar en el que se manifiesta su valor absoluto: ¡esto viene de Dios¡
La autoridad de Jesús se manifiesta en la búsqueda de la oveja perdida, en el perdón de las deudas. En lugar de imponer el castigo, se propone el perdón. Esto sería considerado en la sociedad como anarquismo, desorden y desintegración de la sociedad. Sin embargo no consta que sea así. Todos saben que los pequeños pagan sus deudas. Solo las grandes corporaciones no pagan. El problema es la existencia de grandes corporaciones, las cuales de todas maneras no se inclinan ante la ley, sino que más bien cambian la ley para que les sea más favorable.
Jesús quiere que entre los discípulos las relaciones de poder sean diferentes (Mt. 20-28). La diferencia no está solo en la subjetividad, sino en las mismas estructuras del poder. De lo contrario no cambiaría nada. Pues en todas las sociedades hay príncipes buenos que hacen más tolerables las relaciones de poder sin cambiar las estructuras y así dejan la puerta abierta para que un sucesor venga a ejercer un poder riguroso.
Cuando Jesús dice: “No os dejéis llamar “Rabí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque solo uno es vuestro Padre: el del cielo. No tampoco os dejéis llamar “Doctor”, porque uno solo es vuestro doctor: Cristo”(Mt. 23, 8-10), las autoridades de la Iglesia que quieren estos títulos, dicen que es una cuestión sin importancia, o bien, que Jesús habla así para dar un ejemplo de humildad, más no quiere definir un modo de ser. Suprimen sencillamente la instrucción de Jesús. Sin embargo en la cultura de Jesús, los nombres son muy importantes porque representan la realidad. El que tiene el nombre de doctor cree que tiene una autoridad superior que le permite imponer sus ideas a otros. Con esta cuestión de nombre, Jesús quería cambiar las estructuras.
El problema de las estructuras está claro en la Iglesia de hoy. Hay obispos más humanos, párrocos más humanos – cristianos- que no insisten en su poder, que consultan o toman en cuenta las opiniones de los otros, que gobiernan con paciencia y tolerancia, que abren espacio para la libertad y responsabilidad de los laicos. Pero, a cualquier momento, puede venir otro que se contenta con la aplicación rigurosa de la ley canónica que le atribuye poderes exclusivos. Las estructuras del actual código atribuyen a la autoridad un poder absoluto, sin derecho de defensa, un poder exclusivo sin participación. Cualquier obispo o párroco puede destruir toda la libertad que un antecesor había creado. Los casos no son pocos en América latina. Los autores de tales destrucciones pueden invocar la ley que les atribuye un poder absoluto, dictatorial.
El mismo Jesús denuncia la forma como los escribas y los fariseos ejercen la autoridad. “Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mt. 23,4).
Como las palabras de Jesús no definen en forma jurídica las relaciones que quiere establecer entre sus discípulos, en el decorrer de la historia fue posible tratar sus palabras como puros símbolos o formas literarios sin contenido jurídico. De hecho en 20 siglos muchas de las antiguas relaciones de dominación en las sociedades humanas, han entrado en la Iglesia. Las relaciones de poder que existen hoy no proceden de la voluntad de Jesús sino de la penetración de estructuras de dominación propias de las culturas en las que la Iglesia se estableció.
LA IGLESIA Y EL PODER EN LA CRISTIANDAD
No es necesario recordar toda la estructura de poder construida en la cristiandad, sobre todo la occidental. Hubo cuatro etapas principales que dieron como resultado aquello que conocemos hoy en día.
La primera etapa ya empezó en la tercera generación cuando se destacaron los presbíteros y al frente de ellos siempre más los obispos monárquicos. Era una imitación de la estructura de las sinagogas y de las hermandades romanas. Pero en el nombre de los apóstoles los obispos conquistaron una autoridad siempre mayor sobre los presbíteros y sobre la organización de las Iglesias. En el 4º siglo los obispos ya han concentrado casi todo el poder y todos los carismas. El Concilio de Nicea, convocado por el Emperador, excluyó todos los que no eran obispos y dio a estos la totalidad del poder.
La segunda etapa vino con Constantino y sus sucesores que hicieron de la Iglesia la religión oficial y obligatoria. En ese momento se creó el clero como casta separada y aislada del pueblo, El clero concentró todo el poder en la Iglesia, suprimió las comunidades y sometió a los laicos a una pasividad total sin ninguna responsabilidad. Se creó un abismo entre el clero y el pueblo, aunque los textos evangélicos sobre el servicio siempre se recordaban, pero sin ninguna conexión con la realidad. Siempre más la Biblia sirve como libro de símbolos que justifican el sistema dándole una ideología con la cual se trataba de convencer a los pueblos. La liturgia del lavatorio de los pies es de una piadosa ironía.
La tercera etapa comenzó con los Papas benedictinos o gregorianos desde el siglo XI. Comienza la movilización progresiva, que durará 10 siglos del clero para que se transforme en ejército del Papa por lo cual el Papa ejerce un poder total sobre la cristiandad. El clero se hace ejército en manos del Papa. Sobre todo los Mendicantes a los que los Papas imponen la ordenación sacerdotal, van a favorecer esta exaltación del poder del Papa ejerciendo presión sobre todo el clero diocesano. Desde entonces se hace una concentración creciente el poder del clero en manos del Papa.
La cuarta etapa vino con el Concilio de Trento que consagra la estructura del clero, afirmando con fuerza sus fundamentos y aumentando el poder centralizador del Papa. Siempre más el Papa es el jefe del clero. Después de la Revolución francesa esta concentración del poder del clero en manos del Papa relaciona el auge que conocemos hoy en día.
Todo esto es muy conocido. No hay necesidad de repetir lo que se encuentra en los libros de historia de la Iglesia.
Nuestra cuestión es la siguiente: ¿cómo fue que se legitimó este crecimiento de la concentración del poder en manos del clero y después en manos del Papa?
Hubo tres grandes motivaciones: la defensa de la ortodoxia de la fe, la defensa de los sacramentos y la defensa de la unidad de la Iglesia.
En primer lugar, se invocó la necesidad de defender la ortodoxia. Para eso era necesario concentrar la autoridad en el clero y en el Papa que solos podían defender la autenticidad de la fe. Aparecieron innumerables herejías y para defender la fe contra las herejías se necesita un poder fuerte: el poder de condenar hasta la muerte en muchos casos. Se montó todo un sistema que incorpora ese poder del clero y del Papa. La Inquisición fue la manifestación histórica más visible y más temida.
La concentración del poder está aumentando todavía hoy en día con los documentos del cardenal Ratzinger. Según estos documentos aparecieron herejías totales que niegan todo el contenido de la fe: así fue la teología de la liberación, y así es la teología de las religiones.
La experiencia de la historia muestra que después de algunos siglos se hace siempre más evidente que las dichas herejías no eran tan distantes de la ortodoxia. El acuerdo entre católicos y luteranos al respecto de la doctrina de la justificación es un buen ejemplo.
Las herejías podían expresar otra manera de decir la doctrina de la fe. ¿No será que doctrinas enunciadas en forma diferente fueron tratadas como herejías por la necesidad de tener herejías? Sin herejías el poder del magisterio no se manifiesta y no tiene oportunidad para crecer. Las herejías son necesarias para justificar y aumentar el poder del magisterio. ¿Las herejías no serían inventadas para aumentar el poder del Magisterio?
Por otro lado, la mayoría de las herejías medievales son contestación de lo que confiere tanto poder al Papa y al clero. Es una acusación dirigida al poder del clero. Es una contestación de todo lo que sirve para aumentar el poder del clero. Fue lo que sucedió en el segundo milenio. La herejía es la manera como los laicos se defienden de la dominación intelectual y cultural el clero y del Papa que siempre más está al frente del clero. La herejía es una contestación de poder. ¿Y la defensa contra las herejías no será la defensa del poder del clero? Por detrás de tantas condenaciones – que más tarde se revelan muy relativas, históricas y situadas – no habrá una defensa del poder del clero que se siente amenazado cuando pierde el control de las palabras y no permite que se diga lo mismo con otras palabras? ¿Tantas condenaciones no eran antes de todo una afirmación de poder de la jerarquía y de todo el clero con ella? ¿Las luchas de doctrina no eran en realidad luchas por el poder y por la definición de los poderes?
La segunda motivación del poder del clero es la defensa de los sacramentos. También aquí las herejías atacan los sacramentos, el sistema completo de siete sacramentos. ¿Por qué condenan ese sistema? ¿No será porque los sacramentos son el fundamento del poder clerical? Gracias a los sacramentos que, solo los sacerdotes pueden administrar, los laicos no pueden salvarse sin pasar por las manos del clero, o sea sin someterse a todas las condiciones impuestas por el clero.
En teología rigurosa los sacramentos son signos de la fe, signos del amor de Dios. Sin embargo los sacramentos fueron vividos durante siglos como obligaciones. Los sacramentos son los ritos necesarios para la salvación. Sin ellos no hay salvación. Esta es la ley que los cristianos deben aplicar, y si no la aplican, cometen pecado mortal y pierden la salvación. Los sacramentos siempre son acompañados por amenazas. Son recibidos con temor. Incluso el clero toma nota de aquellos malos cristianos que no reciben los sacramentos en su debido tiempo. Los sacramentos son el sistema por el que los sacerdotes hacen el paso por su ministerio indispensable. Ellos tienen el monopolio de los sacramentos y todos deben someterse a su monopolio. El sacramento es lo que hay que recibir para evitar el infierno. Los predicadores sabían despertar el terror ante las penas del infierno, y en esa forma lograban empujar a los recalcitrantes para los sacramentos.
Por lo demás los sacramentos son también uno de los principales fundamentos del poder financiero del clero. Este es otro motivo por el que los laicos se resisten a los sacramentos. Con el tiempo el miedo al infierno fue disminuyendo y las personas más formadas se declararon independientes. Antes de la Revolución francesa más del 90% de los franceses iban a misa todos los domingos. Veinte años después el número era de 20%. Habían perdido el miedo al clero que ejercía un control. Antes de la Revolución, los que no recibían los sacramentos eran fichados en la policía y tratados como sospechosos. Después de la revolución ese poder del clero desapareció.
Hoy en día ya no se frecuentan tanto los sacramentos, lo que muestra la poca comprensión del valor de señal, y el sentido de dependencia o de obediencia que tiene en la mente del pueblo. El pueblo ya no teme el infierno como antes, en esa forma pierde la motivación para recibirlos.
En la mente del clero, esta situación es una decadencia. Para el clero los sacramentos son su vida, la manera como se relacionan con el pueblo y su razón de ser. Están allá para celebrar los sacramentos. Para un gran número la vida clerical son los sacramentos. Por eso son también su actividad profesional, su búsqueda de los medios de sobrevivencia. El padre es el que celebra los sacramentos: este es su trabajo profesional. Los sacramentos son la fuente principal del poder del clero y pueden reducirse a eso.
En tercer lugar existe el poder de gobierno. Todos los seglares tienen que subordinarse al clero en todos los actos de una vida cristiana, sobre todo en su comportamiento moral y social. También aquí reina el temor al infierno. En principio esa sumisión tiene por finalidad defender al pueblo cristiano contra el peligro de sus enemigos. En la práctica el gobierno del clero tiende siempre a aumentar su poder. El principio de León XIII prevaleció desde el momento en que la Iglesia se desligó de las monarquías: en materia política hay siempre que buscar alianza y apoyo entre los que más favorecen a la Iglesia, es decir al clero o al Papa. Este principio es de un oportunismo total y muestra la actuación política que es sumisión a los intereses del clero.
Esto nos lleva a contemplar el poder del clero y del Papa en la sociedad. En la cristiandad, el clero constituye la primera clase, la clase más privilegiada, la que tiene más poder, que interviene en todos los asuntos. Controla la economía, controla el poder de los reyes, domina toda la cultura. Este era el ideal. En la práctica, muchos reyes y príncipes no aplican lo que el clero manda: durante la mitad del tiempo los reyes católicos y los emperadores fueron excomulgados. Siempre hubo una cultura subterránea crítica del poder sacerdotal. Y había el poder económico de los judíos, de los banqueros, que no se sometían a las leyes condenando la usura. Pero el clero siempre permaneció fiel al mismo sistema, tratando de recuperarlo siempre, y trató de mantenerlo aún después de las revoluciones liberales del siglo XIX.
El clero no aceptó fácilmente la ruina de la cristiandad que para él significaba una pérdida de poder y una derrota política, económica, cultural. Después de haber dominado durante 15 siglos, él está ahora expuesto a todas las críticas que permanecieron clandestinas durante los 15 siglos. Pues la acusación hecha al clero de que a nombre de Jesucristo, quería dominar la sociedad, se repite incansablemente desde los últimos siglos. Por supuesto jamás el clero aceptará esa acusación, porque siente que sus intenciones son diferentes. El clero invoca sus buenas intenciones en lugar de contemplar los hechos y las estructuras. En sus intenciones, se trata de defender el pueblo cristiano contra el poder económico (de los otros) el poder político (de los otros) y contra las amenazas de corrupción que emanan de una cultura no controlada por el clero. Sin embargo los seglares miran las cosas con más objetividad.
Esta objeción se ha hecho al clero durante siglos. Siempre fue rechazada con indignación por el clero. Este no acepta un examen objetivo y crítico del significado objetivo de sus actos. Cree que está viviendo una vida de servicio y su vida puede ser una vida de dominio en la que los seglares practican el servicio de modo permanente y no los sacerdotes.
Siempre más se repitió la acusación de que el clero quería dominar las conciencias. Que quisiera dominar la sociedad, era todavía soportable. Pero el dominio sobre el pensamiento, la conciencia moral, los valores, esto era insoportable y engendró una reacción terrible. Por que se sabía que el control de las conciencias era aceptación del orden establecido, de la sociedad establecida. El control de las conciencias tenía por finalidad la sumisión de los católicos a la sociedad establecida, la sociedad de cristiandad. Era esencialmente conservador y muchos laicos lo sentían así. En lugar de ser un fermento de libertad, la Iglesia era el principal obstáculo a la libertad. El clero aparecía como clase ligada a la convalidación de los poderes constituidos.
La cristiandad ya no existe como totalidad. Sin embargo subsiste en fragmentos de la sociedad, los fragmentos más conservadores que mantienen un pequeño mundo en el que todavía se practica la fidelidad a los comportamientos tradicionales de la sociedad rural medieval. Todavía el clero se preocupa con mantener y fortalecer lo que le queda de poder en la Iglesia. Mantiene por los mismos medios su poder sobre la fracción de la población que le permanece fiel.
VATICANO II
El Vaticano II recibió durante sus asambleas muchas denuncias de clericalismo, juridicismo, burocratismo etc. No pudo ocultar las críticas que se hicieron durante 15 siglos y nunca fueron acogidas. De allí salió una teología renovada del pueblo de Dios y del papel de la Iglesia en el mundo. Sin embargo, cuando se trata de definir el papel de los obispos, del clero ya sea en Lumen Gentium o en los documentos dedicados explícitamente al clero, la doctrina es tradicional y no se toma en cuenta los problemas levantados. Se multiplican las exhortaciones morales, pero nada cambia en las estructuras. No se toca el problema del poder y la relación entre la búsqueda del poder y la definición del clero que prevaleció durante 15 siglos. Volvieron a la doctrina conservadora tradicional. En esta todos los problemas sociales se reducen a problemas morales. Si los sacerdotes tuvieran más virtudes, no habría problemas. En realidad si tuvieran más virtud no soportarían la actual estructura. Es imposible imaginar un clero hecho de puros santos. El comportamiento del promedio depende de las estructuras. Si estas estructuras son estructuras de dominación que no conceden al pueblo cristiano ninguna participación en el poder, la exhortación moral será inútil. Se convertirán los que no necesitan conversión y los que la necesitan no irán a darse cuenta de la dominación que ejercen.
Los textos de Vaticano II no entran en el mayor problema que en la mente de muchos obispos, era el mayor problema del siglo: el problema del clero. Muchos otros no podían liberarse del modelo que tenían en la mente y era el rol tradicional del sacerdote como miembro de la clase privilegiada, como funcionario de los sacramentos y defensor del poder de la Iglesia. Dada esta división en el episcopado, no se tocó en el problema
No se tocó tampoco en la cuestión de la relación entre el clero y el poder político. En realidad muchos pensaban que el partido demócrata cristiano iba a solucionar todos los problemas, restituyendo a la Iglesia una posición privilegiada e impidiendo un cambio de las leyes que fuera desfavorable al clero, o sea, que signifique una reducción del poder del clero en la sociedad, tanto en los códigos, como en la cultura, la educación, los servicios de salud.
Contaban con el apoyo de partido políticos católicos para evitar que la Iglesia tuviera que renunciar totalmente a su poder en la sociedad. El mundo cambia, pero la estructura histórica de la cristiandad se mantiene por lo menos como ilusión en la mente del clero.
Una vez que el Concilio no quiso o no pudo entrar en la cuestión del clero, lo que sucedió era previsible. En el primer mundo las vocaciones desaparecieron: no había más credibilidad. En el tercer mundo las vocaciones son numerosas pero basadas en el principio de cristiandad: el sacerdocio ofrece poder en la sociedad y en la Iglesia, lo que es un atractivo grande para los pobres que tienen pocos canales de ascensión social.
IDEALISMO Y REALISMO
Juan Pablo II tuvo como una de sus prioridades la restauración del poder social del clero. Creyó que uno de los medios más eficientes sería la restauración de la disciplina tradicional, lo que restablecería la auto-estima del clero. Por lo menos trató de hacerlo y lo logró en parte por lo menos. Restauró la separación entre el clero y los laicos, y entre el clero y la sociedad, para evitar las tentaciones. Incansablemente hizo todo lo posible para elevar el status del clero. Multiplicó los documentos dirigidos al clero, por ejemplo, con ocasión del Jueves Santo de cada semana santa.
Estos documentos manifiestan siempre una concepción idealista del sacerdocio. No toman en cuenta las condiciones materiales, sicológicas y sociales de la vida sacerdotal. Ignoran los problemas de los sacerdotes de los años 60, nunca superados, y que continúan produciendo los mismos efectos (abandono del sacerdocio, crisis de identidad). Toda esa problemática es tratada como una deficiencia moral. Se soluciona por una afirmación más fuerte de la doctrina, o sea, por una acentuación de la ideología tradicional del clero.
El Papa toma como punto de apoyo los movimientos sacerdotales como Opus Dei, Legionarios de Cristo, Sodalitium y otros movimientos sacerdotales. Todos son integristas en la doctrina, rigoristas en la moral, inflexibles en la disciplina. Son la encarnación de la ley total. Su motor es la ideología clerical, tal como ella fue definida después del Concilio de Trento. Estos movimientos deben mostrar el ejemplo a la masa de los sacerdotes. Serían los conductores del clero. El Papa les concedió el papel que tuvieron los jesuitas en la Iglesia tridentina.
Sucede que estos movimientos son fascinados por el poder. Manifiestan una voluntad férrea de acumular riqueza material, prestigio social, poder político, poder cultural. Fundan instituciones poderosas supuestamente destinadas a la evangelización. No se dan cuenta del espectáculo que ofrecen a la sociedad, espectáculo de sectas religiosas a la conquista del poder. No ven que les va a pasar lo que les pasó a los jesuitas en el siglo XVIII. Hacen alianza con los poderosos, con las instituciones dominantes de la sociedad occidental. Son absolutamente ignorantes de la voz que se levanta desde el mundo de los oprimidos. Ignoran este mundo porque su mundo es el de los dominadores.
En este momento en América latina estos movimientos sacerdotales están de hecho conquistando grandes poderes en todos los sectores, sobre todo en la economía y en la política. Actúan por intermedio de elites laicales que les están totalmente subordinadas. Se crean un laicado fanático totalmente desproveído de espíritu crítico y de libre iniciativa.
El clero inspirado por tales ejemplos se hace puramente oportunista. Cree que el marketing religioso va a solucionar los problemas de la evangelización. Creen que por medio de la manipulación de los medios de comunicación será posible rehacer una nueva cristiandad en la que la Iglesia de nuevo podrá gobernar el mundo.
Como en la cristiandad, creen que van a evangelizar con el poder, por medio del poder, y aumentando su poder. Creen que su poder va a convencer a los cristianos y someterlos a su dominio. No ven que el mundo ha cambiado y que los laicos de hoy no son todos como los laicos de otros tiempos. Creen que el ejemplo de los movimientos sacerdotales integristas va a conquistar la sociedad y fundar un nuevo clero semejante al antiguo y basado en la misma teología. Y creen que los laicos van a someterse a la disciplina del integrismo.
¿Cuáles serían las orientaciones nuevas con
relación al poder en la Iglesia hoy día?
En primer lugar se necesita reconocer el poder de los laicos, basado en los carismas y dones espirituales que recibieron, las responsabilidades evangelizadoras que asumen, etc.
En todas las instancias, desde el concilio ecuménico hasta los consejos parroquiales los laicos deben tener voz deliberativa y pueden decidir con el clero en todo lo que no se refiere a la doctrina definida definitivamente.
Los laicos deben tener voz activa en las elecciones en todos los niveles desde la elección del Papa hasta la elección de los párrocos.
Los laicos deben tener voz deliberativa en lo que se refiere a la liturgia, a la catequesis y la organización de la Iglesia.
El principio básico es que el poder no puede ser concentrado en una sola persona
La base de toda la reforma del sistema de poder es la publicidad. La preparación de las decisiones debe ser abierta, publicada y los documentos necesarios deben estar a disposición de todos. No puede haber secreto de los nombramientos, ni de las decisiones prácticas tomadas por una sola autoridad.
Es necesario crear una instancia jurídica independiente en la que las personas que se sienten víctimas de injusticia puedan recurrir.
En la actualidad, un laico no tiene defensa frente al clero o a los religiosos; las religiosas no tienen defensa frente al clero; los sacerdotes no tienen defensa frente al obispo; y los obispos no tienen defensa frente al Papa.
El principio básico es que el poder está en todos los cristianos aunque en grados distintos y que la estructura debe reconocer esta situación.
El segundo principio es que ninguna persona humana representa sencillamente el poder de Dios y por lo tanto puede ser corregido en todo lo que no es poder de Dios, sino afirmación de sí mismo. Para eso debe haber una corrección fraterna que debe ser pública.
El poder de Dios crea, construye, edifica, aumenta, confiere más libertad. Todos los poderes eclesiásticos que no actúan en ese sentido, no son poder de Dios y deben ser contenidos, limitados, corregidos estructuralmente. Las estructuras deben sacar las oportunidades de abusos de poder. Pues, en la Iglesia hay abusos de poder como en cualquier sociedad, y para disminuirlos es necesario que haya normas que equilibran los poderes de todos.
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JOSÉ COMBLIN
Teólogo, escritor y filósofo belga, nació en 1923. Sacerdote secular. Doctorado en teología en la Universidad de Lovaina en 1950. Actualmente radicado en Nordeste de Brasil en Joao Pessoa (Estado de Paraíba). Ha vivido más de 15 años en Chile, sin prejuicio de sus constantes viajes a diversas partes del mundo en donde entrega través de seminarios, foros, conferencias y reuniones variadas su visión económica, política y social desde la perspectiva cristiana. Somos uno de sus grandes amores. El otro es Brasil. Es considerado uno de los más relevantes teólogos del mundo. Autor de más de 66 libros y 340 artículos. Sus obras más famosas, son sus exposiciones críticas de la Doctrina de Seguridad Nacional y del Neoliberalismo, además de temas antropológicos y eclesiales como Antropología Cristiana, Cristianos Rumbo al siglo XXI, Vocación a la Libertad y “O povo de Deus” (El Pueblo de Dios). Además sus Teologías de la Paz, Teología de la Ciudad y Teología de la Revolución, así como sus comentarios Bíblicos a Epístolas de Pablo y los hermosos ensayos sobre Jesús de Nazareth y la Oración de Jesús.
En 1972 un decreto del gobierno militar del Brasil impide a Comblin seguir trabajando en ese país. Viene a Chile en donde ejerce docencia en teología, pero en 1981 un decreto del Gobierno Militar de Chile le impide reingresar al país, después de un viaje. Regresa a Brasil donde lo recibe el Arzobispo de Recife don Helder Camara. Fue uno de los teólogos expertos que participó en las Conferencias de Obispos Latinoamericanos de Medellín (1968) y de Puebla (1979), como asesor de don Helder Camara y del Cardenal Arns de Sao Paulo.
En el año 2001 publica el libro “El Neoliberalismo. Ideología dominante en el cambio de siglo”. Una de sus citas: “La sociedad neoliberal desintegra, destruye cualquier comunidad. Ella no tiene un proyecto para la sociedad. El capitalismo puro es un mecanismo que funciona por sí y para sí mismo”. Sobre este tema ha escrito diversos artículos entre ellos “Críticas a la ideología Neoliberal y caminos de salida”. Por otra parte la ponencia sobre “Ética, política y derechos humanos hacia el futuro”, analiza la actual problemática política mundial, con referencias a la guerra preventiva contra el terrorismo de Bush contra Irak después de la crisis de las torres gemelas, y en que critica cómo la guerra preventiva contra el terrorismo lo justifica todo.
A tal problemática también pertenece el artículo “Reflexiones cristianas sobre Afganistán, la guerra y Porto Alegre”.
En el año 2003 publica el libro “La esperanza de los pobres vive”, una obra en conjunto con 60 colaboradores latinoamericanos, con artículos, estudios y experiencias liberadoras de amigos de J. Comblin y de él mismo, en celebración de sus 80 años.
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