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LA ÉTICA QUE DESAPARECE Y LA NUEVA ÉTICA QUE VENDRÁ 

Teólogo P. José Comblin


Violencia, criminalidad, drogas, sexualidad, desenfrenada: no son los verdaderos problemas, son señales de un problema más radical y más amplio. El problema es la ruptura del ethos que es la base del consenso ético de la sociedad. Ruptura que procede de la ruptura del pacto social por las nuevas élites de la sociedad occidental. Por eso, el problema no se soluciona con más policía, más leyes represivas, más cárceles. En muchos países la misma policía, la misma represión y la misma vida carcelaria generan más violencia y más desorden social y contribuyen a destruir aún más todavía el ethos básico de la sociedad. Por la misma razón, la predicación moral de las Iglesias, de los educadores o de las autoridades sociales se revela tan ineficiente. Los discursos moralizantes no tienen absolutamente ningún efecto, porque no alcanzan el nivel en donde se ubica el problema.

El problema ético de nuestro tiempo no es un residuo del pasado que la misma evolución histórica podría solucionar. No es un problema de subdesarrollo. El problema tiene su origen en las naciones más desarrolladas. Los Estados Unidos, que son el modelo escogido por las élites de América Latina, entraron en una profunda crisis ética en los años 70, y hoy la crisis ética en América Latina viene de allá. Las naciones que más sufren de la crisis ética son las que con más entusiasmo adoptaron el modelo de sociedad de los Estados Unidos y del Primer Mundo en general. Por eso, la actual evolución histórica no tiende a solucionar el problema, sino más bien a acelerarlo. El "desarrollo", la "modernización" o el "reajuste" no solucionan el problema, lo están creando.

Un grupo concentra poder y riqueza

Desde los años 70 la sociedad occidental ha cambiado mucho. El modelo económico ha cambiado: se ha manifestado la "tercera onda", una nueva etapa en el desarrollo industrial. Se ha iniciado la edad de la economía del saber, del conocimiento, en la que el capital humano se hace más importante que el capital financiero. Con cambios económicos tantas veces descritos -y que no es necesario recordar- ha cambiado la configuración de la sociedad. Entran en declive clases o grupos sociales que fueron poderosos en la época anterior -declive de la burguesía burocrática, de los servicios personales, de la función pública- y naturalmente se acentúa el declive de las clases anteriores: agricultores o mineros. La producción ocupa mucho menos gente que la comunicación. La manipulación del mercado se hace más importante que la manipulación de la materia.

Un nuevo grupo social concentra el poder y la riqueza: el grupo de los "analistas simbólicos", que manejan símbolos y no tienen ningún contacto directo con la producción material. En los Estados Unidos constituirían el 20% de la población activa. En los países menos desarrollados son numéricamente menos importantes, pero pueden asumir un poder aún mayor. Estos "analistas simbólicos" concentran la mayor riqueza jamás concentrada en manos de las élites. Concentran la riqueza más que la burguesía de la anterior sociedad industrial. Según sondeos, en la sociedad norteamericana la clase superior que dirige la economía pasó, en sólo una generación, de un sueldo 12 veces superior al sueldo medio de un obrero a un sueldo 70 veces mayor a ese sueldo. Basta con mirar el desarrollo de las ciudades y de las áreas habitadas en los últimos 20 años para darse cuenta de la inmensa concentración de la riqueza que se ha producido en estas últimas dos décadas.

La nueva élite ha roto el pacto social

Concentran el poder y dejan la democracia sin contenido porque los gobiernos son obligados a aplicar la política definida por las entidades que representan los intereses de la nueva clase: el FMI, el Banco Mundial y las instituciones que en cada nación representan los intereses de la especulación financiera. La democracia quedó como forma sin contenido: las decisiones no se toman en los órganos elegidos por la nación sino en los pasillos de los organismos internacionales y los representantes elegidos tienen que ceder ante supuestas necesidades económicas. La nueva clase ha impuesto la prioridad absoluta de lo económico y de un único sistema de economía, el que favorece su ascenso social. Los analistas de la sociedad norteamericana señalan que esta nueva élite rompió el pacto social. A diferencia de las antiguas burguesías, a diferencia de las antiguas aristocracias, la nueva élite no se siente solidaria. Se encierra en sí misma!
y no acepta los lazos y las restricciones que la solidaridad impone. En América Latina las nuevas élites siguen el mismo camino.

La ruptura del pacto social produce una sociedad dividida, dual, en la que no hay contacto entre la parte superior y la parte inferior de la sociedad. En esta era de la comunicación, en la que el exceso de información es un problema creciente, no hay comunicación personal. Antes, el obrero conocía el patrón. La lucha es una forma de asociación y la lucha de clases es también una forma de unión social. Hoy, ni siquiera es posible la lucha de clases porque el mundo inferior no sabe quién es el que manda, no sabe cómo funciona la sociedad, no entiende la sociedad en la que está físicamente presente, pero mentalmente no integrado. Hay dos mundos que ni se conocen ni se comunican salvo por medio de la TV. Pero la TV no establece comunicación personal entre los ricos y los pobres, no es un medio de encuentro.

Dos valores en crisis: nación y trabajo

La división de la sociedad en dos mundos separados que se apartan cada vez más provoca una crisis radical del ethos en el mundo occidental. La nueva etapa de la economía occidental, la economía del saber, acentuó la ruina de los antiguos valores éticos de la sociedad tradicional. Durante los primeros 200 años de la sociedad industrial, los valores tradicionales se habían mantenido en gran parte en la vida privada gracias a la familia, en la que las mujeres mantenían la herencia ética de las civilizaciones pasadas. En las últimas décadas, los valores de la economía capitalista penetraron en la vida privada. Las mujeres entraron en la economía capitalista, adoptaron sus valores, su individualismo, su materialismo e introdujeron estos valores en la vida privada. El espíritu de la burguesía lo invadió todo. Ahora, el advenimiento de la edad del saber provoca una crisis de los valores de la burguesía tradicional, lo que ha acabado de desequilibrar al conjunto de la sociedad. En la economía capitalista tradicional, la burguesía había mantenido y desarrollado dos valores fundamentales, que eran la base de la educación pública y formaban la esencia del espíritu "republicano": la nación y el trabajo.

La nación era un bien común. Los burgueses sabían sacrificar sus bienes por el bien de la nación y los trabajadores aceptaban muchos sacrificios por el bien de la nación. En la nación todos se encontraban solidarios. Lo mismo sucedía en el trabajo. Todos concordaban en la necesidad de producir. Los trabajadores aceptaban los mayores sacrificios y los burgueses daban trabajo. El trabajo era fuente común de la dignidad de todos. Cada cual se identificaba por el lugar que ocupaba en el trabajo de la nación. Cada cual tenía un lugar reconocido y esto era la base de la paz social, una paz más sólida que los conflictos entre trabajadores y patrones, conflictos que nunca amenazaban la producción.

Hoy, en la economía del saber, de la comunicación, del conocimiento, quedan muy disminuidos estos dos valores fundamentales del ethos de la sociedad burguesa, nación y trabajo. Las nuevas élites rompen la solidaridad nacional. Entran en el mundo de la llamada globalización, que globaliza solamente a las élites y que deja al margen a las grandes masas. Se comunican con las élites del mundo entero, pero no se comunican con las mayorías de su país. Se construyen al margen de las grandes ciudades verdaderos paraísos artificiales que sólo dejan para irse a los paraísos turísticos que les son reservados en las islas del Caribe o del Pacífico o a los paraísos fiscales que simbolizan tan bien la ruptura de la solidaridad.

Refugiadas en sus islas, las élites nada conocen de los males de las grandes ciudades. No se ensucian en contacto con el otro pueblo que vive en su mismo país. No quieren pagar impuestos. Quieren un Estado más débil que sólo sirva para reprimir el desorden de las masas y les garantice los privilegios. No se interesan ni por la educación pública ni por la salud. No tienen ni idea de cómo viven las personas que están acampadas en las megalópolis ni quieren saberlo porque viven en otro mundo.

La consecuencia es que las grandes masas viven en inmensas aglomeraciones urbanas sin recursos, sin estructura, sin proyectos de porvenir. Están en una sociedad informal que ni siquiera es una sociedad. Se sienten abandonados: sienten que ya no son miembros de nada, son rechazados, son los excluidos. No se sienten solidarios de nada ni de nadie. No existe solidaridad nacional cuando las élites abandonan la nación y viven lejos de sus problemas.

Hoy el trabajo ni dignifica ni une

La economía del saber destruye también la solidaridad del trabajo. En la anterior sociedad industrial el trabajo daba a los trabajadores su identidad personal y social, su dignidad. Era su razón social, la referencia para la juventud: cada uno se preparaba para entrar en la vida del trabajo. El trabajo significaba la presencia en una asociación de trabajadores. Era el principal medio de socialización. Daba una identidad y un valor.

En la sociedad del conocimiento, se pierde la estabilidad del trabajo, la identidad profesional. Los trabajos se hacen transitorios, diversos, sin garantía, sin significado. Ahora se trabaja para el dinero. Ahora, el trabajo realiza la crítica marxista: se hace pura mercancía. Aunque sea informal en gran medida, el trabajo se somete al mercado. Pierde su dignidad.

El vendedor de la calle no encuentra dignidad en su trabajo. Tampoco tiene "sentido" el trabajo de las élites. Los analistas simbólicos representan el ejercicio de una profesión. Su trabajo no define una clase, no confiere identidad. Es también un objeto de mercado, que vale por el dinero que permite acumular. Estas formas de trabajo no generan ninguna forma de solidaridad entre trabajadores. Aún cuando no está reprimido por las nuevas leyes, el movimiento de asociaciones de trabajadores entra en decadencia porque pierde su objeto: ya no existe la dignidad del trabajador. Y por esto, los jóvenes quedan sin referencia de valores.

Nación y trabajo eran dos valores que habían penetrado profundamente en las sociedades industriales, también en las naciones más industrializadas de América Latina. Al lado de los valores tradicionales de la familia, formaban el ethos cultural. Estaban en el inconsciente de la sociedad y animaban los comportamientos morales. El ethos es la organización inconsciente de un grupo o de una sociedad. Es el elemento básico de la cultura. Es el fondo de donde proceden las normas, los valores. Es todo lo que se observa inconscientemente, el conjunto de modos de actuar que no se discute y se transmite espontáneamente. Se expresa en dichos, proverbios, símbolos, mitos, sentencias de sabiduría popular. Es lo evidente en la conducta social. No es una moral natural porque la naturaleza no existe, pero es lo que hace la unidad de una cultura. Es lo que mantiene unida a una sociedad porque integra a todos sus miembros en un conjunto.

El ethos es la base de toda ética, sería inútil enseñar una ética que no estuviera inspirada en el ethos de la sociedad. Sería hablar en el aire sin ser escuchado. La ética no parte de una filosofía ni de una reflexión racional. Una ética puramente racional no penetra en el tejido de la vida. El problema actual de la ética en la sociedad occidental es que se está destruyendo el ethos. Ya no hay fundamento para una ética. Hoy toda ética permanece teórica o despierta emociones, pero no penetra en los comportamientos, porque estos obedecen cada vez más a la dinámica del mercado, lo que significa que los comportamientos ya no son éticos, no tienen referencia ética.

Hay instrucción, pero no educación

La meta de la educación ha sido siempre la transmisión del ethos de la comunidad. La educación tradicional comunicaba los valores tradicionales de la familia. En la época burguesa, la educación pública, republicana, transmitía el respeto a la nación y al trabajo. La escuela era preparación para entrar como trabajador en un puesto de trabajo, y como ciudadano en la nación democrática.

En la economía del saber, ya no hay ethos común, no hay valores comunes y todo el ethos antiguo se disipa, se disuelve. Ya no hay educación. La familia ha dejado de educar en la inmensa mayoría de los casos porque los padres de familia no saben qué es lo que pueden o deben transmitir a sus hijos. Los abandonan a sí mismos. Les dan bienes materiales e instrucción, pero no les dan valores y sus comportamientos no comunican ethos.

Las escuelas son cada vez más centros de preparación para el mercado. Preparan a los jóvenes para vencer en el mercado. Sin embargo, la gran mayoría ya sabe desde el comienzo que en esa competencia son los perdedores. A ellos, la educación no les ofrece nada. La escuela sólo ayuda a los que van a vencer en el mercado del trabajo. Para los otros es inútil todo lo que se les enseña, porque nunca lo usarán. Los alumnos aprenden ciencias y técnicas que nunca podrán aplicar. Y no reciben ninguna preparación para la vida verdadera que tendrán que vivir.

La sociedad ha dejado de comunicar valores porque ya no tiene valores fuera del mercado. No existe educación pública. Los Estados dejan que la enseñanza pública entre en decadencia porque la ven sin objeto. La tarea de preparar buenos técnicos del saber será mejor asumida por instituciones privadas más integradas en el mercado.

La economía del saber o del conocimiento valora un solo conocimiento: el conocimiento del mercado. Las nuevas técnicas de información y de comunicación permiten acumular y usar millones de informaciones, pero todo lo que se comunica se refiere al mercado. Son informaciones para seleccionar y orientar la producción, para crear u orientar el mercado, para dar a los capitales los mejores rendimientos. Las nuevas técnicas y las invenciones científicas benefician a los que saben aprovecharlas económicamente: a los que saben hacer de un descubrimiento una nueva mercancía, Este es el saber de la nueva era económica. La educación prepara para usar las técnicas de comunicación y para saber competir en el mercado. No enseña valores que sólo podrían perturbar el juego del mercado.

"Etica" de la TV: el sueño del consumo

Es verdad que en las escuelas se hacen todavía exhortaciones moralizantes, pero éstas permanecen sin efecto porque no tienen raíces en un ethos presente en la juventud. Son puras palabras sin efecto en la práctica, porque en la práctica ya no hay estructura social fija, y los jóvenes siguen las solicitudes del mercado. Actúan en la lógica del mercado y no en la lógica ética.

Todos saben que para la juventud mucho más importantes que los mensajes de la escuela son los mensajes difundidos por la TV. Pasan más tiempo mirando la TV que en la escuela y lo que difunde la TV les resulta mucho más interesante. La TV difunde el modo de vivir de la clase alta. El ethos de la clase alta es el narcisismo y esto significa que las personas no tienen referencias en sí mismas sino en la imagen que proyectan. De ahí la necesidad de poder consumir para poder existir. Su necesidad de consumo responde a la necesidad de la economía, que debe producir siempre mercancías de más alto valor, más sofisticadas y más caras. Ante la TV, las masas introyectan el ideal de las élites, que quedan para ellas a nivel de sueño. Los sueños despertados por la TV - lo más importante de la TV es la publicidad- despiertan el deseo de consumir, lo que explica los robos de los jóvenes.

Ante la ruina del ethos y ante lo vano de los discursos moralizantes, ante la prioridad absoluta dada a la economía y al mercado, y ante la ascensión de una nueva élite globalizada, físicamente separada de la mayoría de la población, ¿qué hacer para reconstituir una ética no sólo teórica sino enraizada en un Y ethos cultural nuevo, en un nuevo sistema de valores?

Las Iglesias no convencen a nadie

Poco se puede esperar de las Iglesias consideradas como entidades históricas concretas. La Iglesia católica y las Iglesias protestantes históricas son muy débiles para reaccionar. Multiplican las predicaciones moralizantes, pero en la práctica no convencen a nadie y nada muda. Al contrario, los problemas se agravan.

La Iglesia católica y las demás Iglesias históricas cayeron en el "cautiverio suburbano". Gran parte del sistema institucional católico está instalado en los barrios de la clase dirigente, al servicio de las nuevas élites. Gran parte del clero, de los religiosos y religiosas, las burocracias parroquiales y diocesanas están cada vez más asociadas a los estratos más altos. Esto, a pesar de Medellín y de todos los cambios, que sólo transformaron a una minoría, hoy desprestigiada. Varios de los movimientos seglares más poderosos están implantados en el mundo de los paraísos elitistas, cultivan los valores y solucionan los problemas de la nueva clase dirigente. Gran parte de su estructura educativa está al servicio de esta clase y transmite sus mismos valores, cultivando el narcisismo, aunque con la cobertura de discursos moralizantes que no tienen efecto visible. La Iglesia instalada en el mundo "moderno" se "moderniza". Adopta las técnicas de comunicación, los valores, el consumo y la burocracia de la clase dirigente sin que esa "inculturación" logre cambiar algo del modo de vivir de la clase alta ni inculcarle actitudes de solidaridad.

La solidaridad está confinada a las obras asistenciales a las que la clase dirigente ofrece ayuda para corregir los defectos que creen transitorios del nuevo sistema económico. Pues la nueva clase es extraordinariamente optimista y orgullosa. Afirma que la nueva economía promoverá a toda la población. Promete a todos el nivel de consumo de los actuales paraísos residenciales: todos tendrán vacaciones en el Caribe y todos tendrán su plata en las islas Bahamas. Mientras esto llega, reconocen que la evolución actual crea víctimas y encargan a las Iglesias la tarea de corregir los efectos negativos del sistema económico. La Iglesia "suburbana" acepta ese rol, que le confiere un estatus importante en la nueva sociedad.

Al mismo tiempo, la Iglesia católica entró hace 20 años en una fase de "recentración". Se concentra en sus problemas internos y reafirma su identidad histórica revitalizando el pasado. Se cierra al mundo exterior. Y aunque multiplica los llamados a la evangelización del mundo, se trata de llamados voluntaristas sin ninguna repercusión práctica porque toda su práctica la aparta del mundo y la encierra en su pasado, haciéndola ajena a la cultura moderna. La Iglesia católica tomó partido por una contracultura antimoderna que la protege contra la contaminación del mundo, pero que la aparta cada vez más de la evolución social.

Las Iglesias pentecostales buscan refugio en un fundamentalismo moral que es también la base de una contracultura antimoderna. Todos estos fundamentalismos contribuyen a mantener a las masas populares en una cierta estructura ética. Son un fermento de orden y estabilidad y son, a la vez, señal y factor de la división profunda de la sociedad. Con estos "valores" las masas populares se defienden de la contaminación de una sociedad permisiva, pero no está claro que los fundamentalismos puedan engendrar una nueva ética en la nueva sociedad. Solucionan lo más urgente, que es sobrevivir en medio de la anomia general, pero no tienen mensaje para el futuro. Además, muchas Iglesias fundamentalistas están a la espera del fin del mundo y de un juicio final inminente.

Hoy es ético reforzar al Estado

Las nuevas élites piensan, como Ronald Reagan, que el Estado no es la solución, sino el problema. Participan activamente en la campaña para debilitar al Estado. De hecho, éste se encuentra sometido a fuertes presiones desde afuera y desde adentro. Desde afuera porque recibe su plan de gobierno ya diseñado por el FMI, y sufre la presión permanente de los grandes grupos multinacionales. Desde adentro sufre la presión del nuevo sistema económico, que pretende controlarlo todo con total independencia en nombre de la libertad de mercado. Al mismo tiempo, se organizan campañas para denunciar la corrupción del Estado, pero nunca se denuncian las formas de corrupción en las empresas privadas.

Sin embargo, en los países del Tercer Mundo especialmente, el Estado es el fundador y el organizador de la nación, y la nación todavía no está aún totalmente fundada. El Estado es en estos países el creador de la economía y el creador del trabajo, y resulta un mito que la economía nacional pueda desarrollarse simplemente con la integración en un supuesto libre mercado globalizado.

El Estado fue el agente principal de la educación durante la época burguesa y no hay nada que pueda reemplazarlo en esta nueva etapa del desarrollo de la sociedad occidental. Sin la mediación del Estado no se puede pensar en la posibilidad de un nuevo ethos cultural firme y ampliamente difundido. Si bien el Estado no tiene la responsabilidad de inventar, crear o tomar iniciativas, sólo el Estado puede difundir y universalizar valores y comportamientos. Su mediación permanece indispensable.

Por su actual debilidad, el Estado tendrá hoy que buscar apoyo en la organización de movimientos populares más fuertes y más beligerantes que en el pasado. Durante siglos los católicos aprendieron a luchar contra el Estado. En este momento el desafío es al revés. Ya no existe un Estado fuerte que amenace la independencia de la Iglesia. El Estado es débil y necesita el apoyo de la Iglesia como de las demás organizaciones populares. La preocupación será como reforzar el Estado.

En el pasado, la Iglesia luchó contra la educación pública administrada por el Estado y por una educación privada orientada por los valores de la cristiandad tradicional. Hoy, ante la tremenda decadencia de la educación pública abandonada a su suerte por las nuevas élites, la preocupación prioritaria de los cristianos debe ser la restauración de la educación pública, la única que puede alcanzar a la gran masa de los pobres e impedir la degradación de las nuevas generaciones populares entregadas a una situación sin salida, sin refugio, sin socialización, sin dignidad.

¿Por dónde vendrá el porvenir?

Dada la debilidad del Estado y el desinterés de las Iglesias refugiadas en su propia identidad, la responsabilidad por el porvenir está en manos de los voluntarios. Serán movimientos y organizaciones no gubernamentales y no eclesiásticas, abiertas a todos, animadas por una preocupación ética dominante, capaces de liberarse de las estructuras económicas nuevas, independientes del nuevo sistema de valores. Partirán de una apreciación crítica de la nueva sociedad instalada por las nuevas élites sociales y de la ideología del mercado integral que trata de legitimar los privilegios exorbitantes de esta nueva élite.

La masa de los excluidos nunca tendrá fuerza suficiente para contestar al nuevo sistema. Si en la sociedad burguesa la clase obrera organizada no tuvo fuerza para cambiar la sociedad, mucho menos la tendrá el mundo desintegrado y desmoralizado de la economía informal en las megalópolis. Podrán contribuir y apoyar ciertas organizaciones populares que logren constituirse en medio de circunstancias tan adversas. Pero la gran masa no tiene capacidad para siquiera darse cuenta de lo que está sucediendo. Están acampados en las ciudades, pero no son ciudadanos.

Los constructores de una sociedad nueva aparecerán entre los hijos de las nuevas élites. La actual generación de las nuevas élites está demasiado orgullosa para cambiar algo del sistema. Cree que el camino de la llamada globalización traerá felicidad para todos y no acepta contemplar los evidentes desmentidos de la realidad. Pero sus hijos serán diferentes. Algunos podrán distanciarse del mundo creado por sus padres. Conociendo el sistema desde adentro podrán usar sus recursos para cambiarlo. Pero tendrán que romper radicalmente con él. Tendrán que suprimir las fronteras y ver lo que pasa en el infierno que sus padres dejaron formarse al lado de su paraíso. Tendrán que seguir la dinámica de los "médicos sin fronteras" y ser los ingenieros sin fronteras y los analistas sin fronteras...

Valores de la sociedad de mañana

En otros tiempos, San Bernardo llevaba a los hijos de la aristocracia a sus monasterios. Hoy, Dios no manda a nadie a los monasterios, sino a las ciudades: allá estará la nueva Jerusalén que los antiguos buscaban en el monasterio. Allá los esperan las tareas de mañana. Tendrán que dejarlo todo, dejar los paraísos en los que habrán sido educados para irse al desierto, al encuentro de un mundo desconocido y bárbaro, el mundo de sus conciudadanos que no conocían y que sus familias tanto temían.

No fundarán nuevas órdenes, ni militares ni religiosas, sino organizaciones abiertas, ecuménicas, al margen de los partidos políticos, unidas por el proyecto de una ética. No se construye una sociedad sólo por la economía, la policía o las instituciones políticas. Se necesita un ethos común, una base introyectada en el inconsciente colectivo, de valores y de normas de conducta social. No basta enunciar una nueva ética teórica, si no llega a ser asimilada por la espontaneidad y si no se transforma en la normalidad de las relaciones sociales.

En el proyecto ético, ni la nación ni el trabajo volverán a ocupar el rol ni a tener la importancia que tuvieron en la época de las antiguas burguesías. La nación aún será una referencia importante, un valor positivo, pero no tendrá la fuerza de convocatoria que tuvo en el pasado. La economía global y, sobre todo, la nueva cultura universal de la TV relativizaron la nación de modo irreversible. En cuanto al trabajo, ya nunca más será lo que fue: la fuente de la identidad personal y social, el factor principal de la socialización, la señal de la dignidad humana. Basta con observar la decadencia de las celebraciones del Primero de Mayo para constatar la decadencia de la ideología del trabajo.

La sociedad de mañana necesitará otros valores, otras áreas de valor para mantenerse. Además, ni la nación ni el trabajo fueron las raíces del ethos durante la casi totalidad de la historia humana. La nación tiene sólo 200 años y el trabajo, en el sentido moderno de la palabra, no tiene más edad que ésa. La religión no será tampoco la base de la nueva ética, por lo menos en el mundo occidental. Las Iglesias soportan todavía las consecuencias de siglos de lucha contra la intolerancia del clericalismo. Han desprestigiado el cristianismo.

Principal valor: la relación humana

El valor fundamental de la nueva ética será la misma relación humana: ser capaz de relacionarse, de comunicarse personalmente, de crear convivencia. La misma convivencia humana en la diversidad reconocida y aceptada será la base de una nueva ética. Lo que tendrá que valorar una persona será el lugar que ocupa en la convivencia humana, el papel que realiza en la formación de las relaciones humanas.

La palabra comunicación es ambigua porque sirve para designar la red de medios técnicos de transmisión de informaciones. La comunicación desarrollada por la red de medios técnicos es la comunicación del mercado. Lo que se comunica por los medios de comunicación son datos técnicos relativos al mercado. Tal comunicación no personaliza, más bien despersonaliza. El ser humano integrado en el nuevo mercado mundial vive en una inundación de informaciones y permanece a la escucha constante de las novedades. Más que nunca el tiempo es dinero y un retraso de un minuto de una información puede significar la pérdida de millones o de miles de millones de dólares. Lo que vale es la comunicación personal. El mundo solitario de las grandes ciudades perdió el sentido de la comunicación personal. Por eso la busca sin encontrarla.

Una primera tarea en vista de un ethos de sociabilidad será la capacidad de socialización, de organización para una vida en comunidad. En las ciudades actuales se pierde el sentido de la socialización. Las relaciones sociales se limitan muchas veces a las relaciones entre los miembros de la familia fragmentada. Viven amontonados, siempre mezclados, siempre muy cercanos pero no saben estructurar sus relaciones, establecer una comunicación pacífica, armonizar sus diferencias y permitir a cada cual que tenga su espacio. De la sociedad global aprenden la necesidad de la competencia y la lucha de todos contra todos. Sólo triunfa el que no tiene ética. Las organizaciones vecinales, los movimientos populares son decadentes. Aún en los paraísos de la clase alta la soledad es grande. Cada cual se aísla en la defensa de sus derechos: el derecho humano fundamental se ha hecho el derecho de no ser molestado por nadie y por nada. De los derechos humanos han hecho el derecho al egoísmo!
total: el derecho de ser egoísta. De los aglomerados habitacionales actuales hay que hacer ciudades. Pues la civilización es ciudad y la situación actual es barbarie.

Voluntario, gratuito, comunitario

La segunda tarea será la promoción de trabajos voluntarios en vista de obras colectivas al servicio de todos. No habrá urbanización ni preservación del medio ambiente sin trabajos voluntarios. Tampoco habrá organización popular. En una sociedad en la que todo se comercializa y la gratuidad desaparece, lo gratuito es lo único que puede restaurar la relación humana interpersonal, pues lo personal es gratuito. Contra la ideología del mercado hay que restaurar el valor de la gratuidad no en teoría sino en la práctica de obras colectivas, como siempre se hizo en las civilizaciones antiguas.

La tercera tarea es la educación humana básica. Fernando Cardenal explica los fracasos del sandinismo en el mundo rural por la falta de esa educación básica. No basta dar instrumentos materiales. No basta dar nociones teóricas. Los programas escolares dirigen su atención a la razón abstracta: no penetran en el inconsciente colectivo, no forman la personalidad y no preparan para la responsabilidad social. Así, los pobres y marginados, los excluidos de la sociedad, no aprenden la responsabilidad personal, no despiertan para una promoción personal, no aprenden a relacionarse ni a formar grupo. No adquieren las disposiciones básicas que les permitirían utilizar las herramientas materiales o culturales que se les ofrecen. Las máquinas se destruyen, el dinero se desperdicia, las asociaciones se deshacen. Nadie se responsabiliza. Todos contemplan el desastre pero nadie sabe darle remedio.

Las reformas educacionales del siglo XX insistieron en comunicar a los alumnos una visión científica del mundo, como si esta visión fuera un estímulo para luchar por ascender en la sociedad. Pero para la mayoría de los alumnos que nunca llegarán a posiciones de mando la instrucción seudo científica que se les enseña es una mitología. Ellos no tienen ninguna posibilidad de referir esos datos científicos a realidades de su vida de cada día. Es pura memorización, objeto de fe. Es mitología, la mitología moderna. Una mitología que no les sirve en la vida y por eso no les apasiona, una mitología fría sin contacto con la existencia. Una enseñanza así de las ciencias es lo que con seguridad va a destruir para siempre en ellos el espíritu científico, que no es otra cosa que sumisión constante a la experiencia, obediencia de la razón a los datos de la observación.

La educación básica es enseñar lo que servirá para la vida. En el momento presente, salvo para las pequeñas élites que tendrán acceso a las técnicas, lo que ayuda en la vida es el saber relacionarse, el saber trabajar juntos. A esto se refiere la educación básica. Es mucho más importante que la alfabetización o la aritmética aunque estas materias sean también importantes.

Sólo la práctica de una vida social podrá inculcar el valor de la relación humana, el valor de la vida en común. Sin este sentimiento de valor no se puede edificar una ética. Es una nueva práctica de la vida la que debe hacer nacer un nuevo ethos en la vida urbana.

Hablar de los pobres resulta sospechoso

La nueva economía tiende a excluir a todos los que no tienen las capacidades básicas para saber usar las nuevas herramientas. El nuevo saber no está al alcance de todos y las personas que han nacido en circunstancias desfavorables tienen poca posibilidad de acceso a la nueva economía. El nuevo modelo tiende también a aislar a las nuevas élites porque les permite la vida económica sin contacto directo entre los seres humanos: permite un aislamiento que ya es visible desde ahora y que ha provocado la división social y un nuevo ethos cultural en el que el valor supremo es la "cultura de la satisfacción".

La figura tradicional del patrón desapareció, pero el comportamiento de la nueva clase elitista es objetivamente mucho más cruel, más frío. Es la indiferencia total aunque con la máscara de un falsa compasión, pues hasta los directivos del FMI dicen que hacen opción preferencial por los pobres. Como viven y hablan muy lejos de los pobres pueden hablar libremente y sus palabras serán recibidas simultáneamente en todos los países del mundo gracias a las técnicas de comunicación. Mientras, su práctica continúa en la más implacable indiferencia.

La década de los 60 y también la de los 70 fueron de muchas palabras. Se hicieron muchos discursos altamente éticos. Hoy día el discurso de liberación de los pobres ha sido recuperado por sus peores opresores. Hablar ya es sospechoso. Llegó la hora de actuar. Universidad Centromericana Revista Digital (abril 1977)

 

   * (N.T.) Transcriptor - editor: Enrique A. Orellana F.

 

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