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EL CRISTIANISMO
“El cristianismo que explotó”
En lo que se refiere al “ad extra” de la Iglesia, la obra del Vaticano II consistió fundamentalmente en haber aceptado el desafío de la modernidad. En lo que se refiere al “ad intra”, fue haber reconocido y aceptado como un hecho la explosión del cristianismo. Gracias a esto podemos ahora afrontar las tareas del cristianismo no sólo a partir de la Iglesia católica sino a partir del cristianismo donde quiera que se encuentre. Y nos reencontramos con millones de hombres que no están recensados en el “Anuario pontificio”.
El cristianismo explotó primero debido a los cismas y separaciones institucionalizadas. Es el aspecto más visible de la explosión, aunque no necesariamente el más importante.
Además, también el ecumenismo actualmente institucionalizado puede ser engañador: puede ser muy reducido y de hecho lo es en la práctica. El cristianismo no está sólo presente y activo al interior de las iglesias o de las denominaciones cristianas, o sea de las organizaciones institucionalizadas que se denominan cristianas, sino también fuera de ellas.
En primer lugar el cristianismo permanece activo entre todos aquéllos que nacieron y fueron formados dentro de una Iglesia establecida y después se desligaron de ella voluntariamente, o de un modo insensible y práctico más que explícito. Es el caso de la gran mayoría de católicos de Europa y América Latina, o sea, de los que fueron bautizados en la Iglesia católica o cuyos padres fueron bautizados, y se apartaron de ella con o sin motivos invocados.
Algunos se apartaron de su Iglesia por razones cristianas. Al hablar del cristianismo en el mundo de hoy o de mañana debemos tenerlos en cuenta. En la época actual las iglesias son cada vez menos capaces de ser un lugar donde los cristianos se sienten como en su casa. ¿Es ésta una fase transitoria, breve o larga? ¿Quién lo sabe? Hay razones institucionales (oposición por el lenguaje dogmático, codificaciones morales, estilo de reuniones o de gobierno, estilo de la liturgia, y otros). Otros cristianos se apartaron de su Iglesia por conflictos respectos a la política, el socialismo, la ciencia, la psicología, la historia. Otros se apartaron por disputas personales. Finalmente otros nunca se apartaron de la Iglesia, fue más bien la Iglesia la que nunca estuvo presente en su mundo: las ciudades nuevas, los nuevos barrios o centros urbanos, las fábricas, administraciones, empresas privadas o públicas, etc.
Por otro lado el cristianismo está también presente en medio de pueblos donde todavía no penetró la misión institucionalizada de las Iglesias. Hay muchas personas que han aceptado y asimilado muchos elementos cristianos sin haber tenido jamás la ocasión de profesarse cristianos en una denominación oficial: es el caso de Asia o de África donde el mensaje cristiano precede muchas veces a los misioneros.
Igualmente los cristianos se encuentran dispersos por pertenecer a medios culturales e ideológicos diferentes y a menudo sin comunicación entre ellos. Además, una gran parte de las separaciones institucionales se deben a estas separaciones culturales.
Las diferencias culturales existen también al interior de las Iglesias creando tensiones y conflictos. Algunos diagnostican que tales tensiones preparan nuevos cismas.
Existen cristianos que viven mentalmente en todas las épocas que hemos enumerado en los capítulos precedentes. La iglesia católica tiene miembros que viven en cada una de las épocas. Aun siendo contemporáneos, su vida cristiana es vivida en tiempos enteramente distintos. Viven tal vez geográficamente unos al lado de otros pero a siglos de distancia.
La diversidad cultural no es espontánea, depende de la diversidad de medios sociales.
Hay cristianos que viven como los humanistas del renacimiento, dedicados a las letras latinas y griegas; son cada vez menos numerosos y es una pena, sin duda.
Otros cristianos viven en la cristiandad medieval: son los últimos hombres del campo. Existen en algunos rincones perdidos de Europa y en grandes regiones de América Latina. Existen también analógicamente en ciertas neocristiandades de África.
Hay cristianos que viven en el tiempo de las Reformas: las iglesias protestantes de tipo popular o pentecostales, o parroquias donde se vive el llamado catolicismo “tradicional” del Concilio de Trento y de la reforma católica del XVII. Pertenecen a ciudades pequeñas, ejercen profesiones que poco han variado desde aquel tiempo, o pertenecen a sectores sociales que en aquella época tuvieron su apogeo. Existen también los que son tradicionalistas sin saberlo, que consideran que nada cambió. Desde el siglo XVII, y los tradicionalistas nostálgicos que saben muy bien que hubo cambios pero no los aceptan. Los hay también que nunca aceptaron el Vaticano II y continúan combatiendo contra la modernidad.
Otros cristianos penetraron en la modernidad y creen en ella: burgueses u obreros militantes. Muchos se desligaron de sus iglesias, pero otros permanecieron fieles y esperaron mucho del Vaticano II.
(La “doble clandestinidad”)
Hasta hace pocos años eran escasos los revolucionarios cristianos. Tenían que practicar una doble clandestinidad: en relación al partido y en relación a la Iglesia. Hoy su número aumentó y salieron de la doble clandestinidad. Los partidos revolucionarios aceptan a los cristianos y las Iglesias se resignan a aceptar a los revolucionarios. Se trata de intelectuales que buscan la reconciliación entre cristianismo y revolución.
Y están todavía las masas de los pobres marginados que son los emigrantes del mundo actual. Son las masas que emigran del antiguo mundo rural hacia el nuevo mundo industrial. Están perdiendo su identidad y no saben muy bien cómo identificarse. Pierden su antigua identidad cristiana sin saber exactamente lo que queda de ella. No es frecuente que encuentren una Iglesia en su camino para redescubrir su identidad cristiana.
El primer desafío del cristianismo debería ser esta masa de pobres, de anónimos, de los que no pertenecen a nada más. El verdadero cristianismo ¿no está donde está Cristo? ¿El Espíritu no está ante todo donde está Cristo?...
Extractado de :
Tiempo de acción, Ensayo sobre el Espíritu y la historia, José Comblin, Págs. 420-424.
Centro de Estudios y Publicaciones (CEP), Lima, Perú y
Centro de Estudios Teológicos de la Amazonia (CETA), Iquitos, Perú.
Edita : Enrique Orellana F.
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